Esta historia ocurrió en la ciudad de Puebla de los ángeles, y la niña de esta historia no era como todas las demás de esta tierra, ella era diferente, ¡ah!, olvidaba decir, que esta historia tampoco ocurrió en la época actual, estamos hablando de una época anterior a ésta, por lo tanto esta historia se ubica en el pasado, es un cuento que habla de cómo la creatividad de una niña diferente, por venir de tierras lejanas dio a éste Estado una de sus más bellas y conocidas imágenes en todo el mundo. Empecemos pues este relato, que como muchas cosas de esta tierra de Puebla, lleva color, sabor y mucho, pero mucho amor.

La ciudad colonial se bañaba de luz todas las mañanas, como si realizara su aseo diario bajo el efecto mágico del manto azul de un cielo de aire limpio cuajado de olores a leche recién ordeñada, a pan caliente y nixtamal, el río de San Francisco corría claro y lleno de vida bajo los puentes que comunicaban a la ciudad española y criolla con los barrios indígenas y mestizos de la rivera opuesta amarradas a la pendiente que vertía su gente y mano de obra a la planicie urbana de la ciudad de casonas señoriales, del lado áspero del río San Francisco se apiñaban casitas de una sola planta formando calles torcidas y estrechas que desde temprana hora bullían de aquí para allá, el templo de la Luz y Analco contrastaban con las enormes y opulentas iglesias de los patrones peninsulares de la ciudad trazada por los ángeles cuyas torres y cúpulas se erguían majestuosas adornadas ricamente con los colores brillantes del azulejo de Talavera combinado con el ladrillo de barro indígena; la voz de la ciudad era un cantar y habla en castellano y náhuatl entrelazados en el diario trabajo de aquellas de dos razas y una tercera naciente, la mestiza, que bajo la música de las campanas se hermanaban reían, sudaban y pensaban dentro de aquel relicario hecho de cantera y argamasa, piedra bola, rezos e inciensos, dulces de ricos y multicolores sabores y aromas a chiles tostados y molidos por manos femeninas de hábitos oscuros y volantes almidonados de blancura nívea de mujeres dedicadas a su religión y a la noble creatividad de los sabores culinarios de exquisita delicadeza, tan delicado equilibrio existe en la cocina de los conventos que su gusto y goce están no lejos de llevar a sus comensales a la comisión del pecado de la gula.

Si, es la Puebla de los Ángeles, que naciera de las entrañas nobles del autóctono caserío denominado por los viejos padres de esta tierra como Cuetlaxcoápan a las orillas del río que en náhuatl llevara el nombre de Almoloya, se dice que la palabra Cuetlaxcoápan significa lugar de las curtidurías de pieles de víbora actividad que ahí se siguió practicando luego de que viera la luz ahí mismo la ciudad fundada y trazada por manos europeas el mismo año que nuestra preciosa madrecita de Guadalupe, allá en México se apareciera reverencialmente a un humilde macehual de nombre Juan Diego.

Es esta la Puebla de Los Ángeles, la ciudad colonial más importante del interior de la Nueva España, sus primeros habitantes se destacaban en los obrajes de hilados y tejidos, montados en tal número que pronto pudo este centro surtir al comercio de la pujante Colonia y aun exportar al extranjero, como lo declara Villa Sánchez, ya que sus primeros vecinos eran originarios principalmente de Toledo, donde la ropa se manufactura diestramente, y Betancourt habla del desarrollo de estas industrias poblanas, como muy buenas y de gran calidad, que producen los colonos venidos de Viruega, cerca de Toledo, España, quienes pusieron obradores, que luego se dieron en decir obrajes, para la fabricación de rajas y paños finos, frisas, sayales y demás tejidos de lana, y como se puso mucho empeño en esta obra, y calidad así como amor en este arte, venían de diferentes lugares de estas tierras, y hasta de las provincias, o del lejano Perú.

Nada paraba a la ciudad de Los Ángeles en su empeño creativo y de trabajo, llamada por el pueblo llano La Puebla, no todo era producido aquí, de la lejana China y traída por los galeones desde Filipinas llegaba a este centro creador la seda, aquí en La Puebla y en la Nueva Antequera, hoy Oaxaca se fabricaban con estas sedas terciopelos, damascos, mantos, tocas, tafetanes y demás objetos de lujo, al grado que dentro del territorio de lo que ahora es el Estado de Puebla prosperaron los Morales, que llegaron a producir muy buena y abundante seda; pero no solo los hilados y tejidos eran objeto de la laboriosidad de esta gente que vivía inmersa en la filigrana de su ciudad, los artesanos y artífices trabajaban de manera exquisita el hierro y la madera, sus alarifes eran verdaderos artistas de la cantera, el ladrillo y el alfeñique arquitectónico, curtidores, talabarteros y plateros, pintores que vaciaban su arte sobre telas hechas de seda, bordados, ya fueran hechos por las religiosas o por las bordadoras del gremio, tomando de modelo los dibujos europeos y de oriente, además de los motivos religiosos, los llamados de “romano” así como toledanos que mezclaban diseños góticos, pero no escapaban los temas indígenas a este arte que se completó con el deshilado nativo, vivo impacto tenía en todas las mujeres los mantones de Manila, hechos de finas sedas ya fueran lisas o torcidas, los cuadros hechos con hilos pegados a los que en vez de coser las piezas aplicadas al bordado van prendidos con alfileres, alternando esto con los bordados reales como los del “ochavo” de la catedral de la ciudad, rica muestra de veinticuatro de ellos piezas únicas de este arte especial por ser propio de la mujer y su forma de trabajar ver y hacer el arte con creatividad; y que decir de los alfareros que trajeron el arte moro de la mayólica los azulejos de Talavera de la Reina, a desarrollar la Talavera de La Puebla, que nos lleva necesariamente a dar ligeros pormenores sobre este producto tan de la Puebla y de los poblanos nacidos en la angélica ciudad, que vio este arte desde fines del siglo XVI, hacíase tal cantidad de buena loza en La Puebla, que dejose de importar de España, tal auge tomo este arte que para al siglo XVII, que no solo sustituye a la Talavera de España, sino que la declaran propios y extraños igual o superior a la de allá, y hasta hacerla rivalizar con la de China, esto se debe a que dentro de la traza urbana de lo que ahora es la ciudad de Puebla se tienen los materiales para hacer este arte policromático, de Totimehuacan y San Baltasar es traído el barro blanco, así como el apreciado rojo que eran delicadamente combinados; otros artistas se aplicaron también con el carey, marfil y el Tecali.

Artes menores no lo eran el del vidrio que se comparó en belleza al de Italia, la fabricación de cuchillos similares en calidad a los Toledanos y a la producción de jabón, tan necesario para una sociedad en extremo cuidadosa de su autoestima, amante de la belleza y el equilibrio perfecto de su existencia y la exquisitez de la vida diaria, que como reza el refrán “De la Puebla, el jabón y la loza y no otra cosa”. Escueto y muy parcial el refrán, ya que mucho se habló de las soberbias sillas vaqueras de montar hechas por los talabarteros de La Puebla, arquitectura monumental deja ver el porte gótico desde la lejanía con las torres de San Francisco a la vera del río, más adentro de la traza está la belleza renacentista de la Casa del Deán; iglesias y templos de estilos herreriano y el barroco sobrio, que contrasta con la filigrana de las yeserías de los interiores de estos templos llenos de fervor católico, monumento a este arte nacido del alma cristiana está en Santo Domingo y su egregia capilla dedicada a la virgen del Rosario, culminación genial de la yesería y del buen gusto de toda una época, encajes hechos de hierro, láminas de oro revisten los retablos, flores del día aroman sus altares y ceras arden es sus interiores dejando ver tenues y titilantes las llamitas de la fe de los miles de feligreses, y qué decir de la cerrajería no fue la excepción dada la demanda de portones monumentales, como los de estos templos, y los de las casonas de la hermosa ciudad, que más que resguardo de riquezas, eran lujo y orgullo de las casas señoriales y de sus habitantes.

En una de estas hermosas casas resguardada por su hermoso portón de madera labrada vivía una niña delicada y menudita de carita ovalada y rasgos finos, que mira por una ventana de balcón florido las luces de la mañana poblana y sueña con su pasado cercano y su tierra lejana, muy distante de este cotidiano mexicano que la abraza desde hace poco tiempo. Esta niña exquisita pareciera estar hecha del marfil más fino y puro por el tono de su tez, no menos delicada que las sedas de brillantes colores que la visten, hay exquisitos labrados, que como encajes adornan las maderas de sus muebles, ella ajena a los sonidos de los bronces de los campanarios cercanos, ella más hecha a los sonidos diferentes de los viejos gongs orientales.

Ella se nutre de esta arquitectura abombada como piezas de pan al horno de la luz de este sol de Nueva España de cúpulas forradas de colores, de balcones de hierro en filigranas llenos de macetones floridos de geranios y grandes zaguanes de madera color café labrados como puertas de templos que es cada hogar de esta rica ciudad de exquisito gusto en ella manifiesto por sus habitantes. La niña ve con extrañeza y curiosidad las naguas amplias y plisadas de las mujeres de estas tierras y compara las de ella entalladas a su cuerpo, mujeres indígenas de robustas caderas y aquella qué grácil se ve por ser aún muy joven, ve la feminidad de estas tierras con curiosidad y observa con atención el huipil de las vendedoras del mercado y las del trabajo doméstico que cubren artística y amorosamente los senos maternos morenos llenos de vida para los críos regordetes que sostienen a sus espaldas con ayuda de sus rebozos veteados de mil colores, son a su vez trabajadoras, esposas, madres y obras de arte ambulantes.

La niña día a día se nutre de esta plástica llena de vida que se despliega a su vez como parte de una obra de teatro con un magnífico escenario arquitectónico, las calles, casas, plazas y mercados de La Puebla Colonial. Es su alma la de una niña y su manera de pensar la de una artista sensible y creativa, no pasa mucho tiempo sin que éste ambiente extraño y abigarrado en un principio para ella se convierta en materia prima para nutrir su imaginación y creatividad, ideas traídas de los más lejanos confines de este mundo se enriquecen y dan cuerpo a las ideas dentro de un mundo que se hace cada día más chico, pero además más nuestro y rico.

De la contemplación cotidiana pasó a los hechos, puso manos a la obra, diseña, imagina, crea, se sabe diferente, y ella quiere a su vez hacer un tributo a este arte nuevo de mezclar perfectamente los ingredientes propios y ajenos, y sacando de entre sus cosas traídas de la China lienzos de la más fina seda, con sus suaves y delicadas menecitas corta, cose y arma una preciosa falda que recama de piedras y lentejuelas imitando y mejorando las naguas de las indígenas que tanto le llamaran la atención, naguas ahora de lujo por los materiales como la chaquira y la pedrería que le injerta no sin para ello dedicar mucho esfuerzo y tiempo, borda y diseña figuras mexicanas, teje sus trenzas al estilo mexicano con listones de colores, cubre su busto con una blusa blanca exquisitamente bordada y combina de maravilla los colores que a visto se usan más dentro de la gente de estas tierras, el blanco, el verde y el rojo.

Sin temores a la crítica, porque así son los grandes creadores que saben que su arte lo dice todo, la niña se viste con este atuendo diseño de ella, se ha integrado a este nuevo mundo de manera maravillosa, no ha copiado, se ha inspirado en los atuendos nativos, en los colores de las mujeres morenas, en su gracia y formas de la atmósfera maravillosa de la Puebla de nuestros abuelos y como una nueva joya engastada en el relicario de América nace este atuendo bello y elegante, ha surgido de entre sus manos e imaginación un traje único que da vida a un sueño que hoy es símbolo de éste Estado y todo lo que encierra Puebla expresado en seda, colores y belleza femenina, ella y su ambiente femenino recién adquirido son un prolífico crisol de las ideas y creencias, de textiles y sangres diversas, ha nacido para Puebla y el mundo el traje más emblemático no solo de Puebla sino de la nación mexicana, que llevara esta niña de China con singular donaire con orgullo de ya no ser más de aquellas tierras tan lejanas, ahora ella era y es La China Poblana.

De Puebla México salió el atuendo más mexicano que se haya visto jamás, salió para encantar a toda Nueva España, de ahí a la nación que fuera después independiente de aquel reino que por trescientos años dominara esta tierra, sobrevivió por méritos propios como atuendo muy nuestro el paso de los años. Puebla es inmortal por muchas causas, y cosas, pero lo es más por los que la aman a diario y se inspiran en ella al través de los años para hacer cosas bellas e imperecederas.

Con admiración y modestia a la Ciudad de Puebla, México

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