Una ardilla y sus cinco hijitos andaban en busca de casa, es decir de árbol, ya que la sierra de los leñadores los habían dejado sin hogar apenas hacía unas horas, los sonidos de las motosierras aún se escuchaban en el bosque cuando la señora ardilla y sus críos emprendieron la retirada antes de que el árbol que era su casa cayera por tierra y les dejara en la calle, bueno si eso se usara en el bosque; doña ardilla previsora y muy valiente sacó todo lo que pudieran necesitar de la casa del árbol y con sus hijos chiquitos a cuestas, excepto el mayorcito que ya brincaba muy ágilmente se dieron a la tarea de buscar casa, difícil situación las habitaciones estaban ya muy escasas en el bosque antes lleno de vida vegetal y ahora ralo de grandes pinos, los árboles chicos no dan protección y no sirven para vivir, de estos sí había algunos por aquí y por allá pero de poco servían salvo para hacerse a la idea de que en 15 a 20 años ya estarían en condiciones de ser habitados, eso si no se quemaban por algún incendio antes de desarrollarse y ahí quedaban todos chamuscados sin haber llegado jamás a ser árboles de altura y vigor suficiente. Triste situación la de doña ardilla y sus críos, así en busca de casa y refugió estaban además expuestos a los animales de rapiña como águilas y gavilanes, coyotes y demás animales que se alimentan de ardillas. La señora ardilla buscaba nerviosa un árbol suficientemente grande y con agujeros en el tronco que sirvieran de casita para ella y su prole, pero nada sobre el horizonte pareciera ser lo apropiado, caminaron mucho hasta que ya estando muy avanzado el día y doña ardilla la mar de cansada llevando a sus chiquitos a cuestas, más las provisiones se sentía desfallecer de cansancio, cuando vió a lo lejos un conjunto de árboles grandes, lejos, sí, pero árboles grandes que finalmente habían logrado gracias a su lejanía y escarpada pendiente donde se encontraban ubicados librarse del hacha mecánica del leñador; largo y difícil camino hubo de recorrer la familia de ardillitas con lo empinado de la cuesta y lo cansados que estaban todos, más doña ardilla cargando a cuatro de los niños más las provisiones dentro de su boca cuando un extraño sonido que hacía, ¡bu, bu! los espantó a tan solo unos metros de llegar a la masa de grandes árboles, árboles que a su vez hacían ruidos extraños por el aire que corría por la ladera y azotaban con fuerza sus ramas.

- ¿Qué fue eso?

Preguntó el hijito más grandecito que cargando algunas nueces y piñones entre sus bracitos corría por delante de su madre.

- Es el viento…

Dijo mamá ardilla.

¡Bu, bu!

Se volvió a escuchar nuevamente.

- No, no eso no es el viento.

Dijo con la carita asustada el más chiquito de los niños sacando su cabecita por sobre el pelambre de su madre.

- Vamos no tengan miedo, sí, es el viento y ahora a darnos prisa que ahí hay un buen número de árboles y de entre ellos alguno será nuestra nueva casa.

Dijo para calmar su miedo y el de los niños doña ardilla.

- ¡Bu, bu!

Se escuchó de nuevo. Y entonces mamá ardilla se paró en seco y poniendo a resguardo a sus hijos ella valientemente y sola se dirigió a averiguar la causa de aquel ruido que los espantaba e impedía su camino hacia los árboles y la búsqueda de su nueva casa. Doña ardilla era una ardilla valiente, no le temía a nada, salvo al hombre que le había quitado su casa y la de sus hijitos. Se dirigió resueltamente hacía un enorme árbol que pareciera ser de donde venía aquel extraño ruido, lo escuchó de nuevo – ¡Bu, bu!- Se sobresaltó pero sin miedo continuó y ágilmente subió en aquel enorme árbol de anchas y robustas ramas que era excelente para ser su casa y la de sus hijitos.

- ¡Bu, bu!-

Ahora más cerca se escuchaba, desde la punta de una rama mamá ardilla vio dentro de un hueco del árbol a un enorme y viejo Búho que leía un grueso librote, el Búho parecía estar absorto en su lectura, así que mamá ardilla se acercó más y más, así ágilmente como suelen hacerlo las ardillas y el viejo Búho no se percató de su presencia no obstante que doña ardilla ya estaba a tan solo un palmo de distancia de él.

- Este, perdón señor Búho…

Dijo doña ardilla, así de cerquita del viejo y emplumado lector.

- ¡Ahhh!

Gritó el Búho aventando por los aires el librote que leía y soltando plumas y polvo por doquier, doña ardilla se espantó también y corrió asustada hasta el extremo de la rama. Polvo y muchas plumas volaban por todas partes dentro de aquella casa donde se hallaba el viejo Búho, plumas salieron revoloteando hacia fuera donde se las llevo el viento del bosque, doña ardilla temblaba en el extremo de la rama, el viento levantaba y agitaba el pelo de su erizada cola, temerosa se volvió a asomar por la entrada de aquella casa en el agujero del árbol, no vio nada y regresó a la punta de la rama cuando el Búho preguntó ya muy rehecho del susto.

- ¿Quién es usted y por qué me asusta así?

Se oyó decir a la voz cascada del Búho desde el fondo del hueco en el árbol, mamá ardillita templó su voz y respondió con claridad.

- No fue mi deseo asustarlo señor Búho, soy solo una ardilla que busca refugio para ella y sus cinco hijitos, ¿me puedo acercar a usted?

- ¿Una ardilla y sus cinco críos, entonces no es el Cacomixtle, o el Zorro, o qué se yo algún ser malévolo que quiera hacerme daño?

- No, señor Búho soy solamente yo, la señora ardilla y mis cinco niños y si quiere asómese me verá en la punta de la rama que sobre sale de su casa.

Así lo hizo el viejo Búho y sacando su emplumada y enorme cabeza vio en el extremo de la rama a la atribulada ardillita.

- Bien señora ardilla, venga y dígame en qué la puedo yo ayudar.

- Gracias señor Búho.

La ardillita velozmente se fue a donde el Búho y parándose en el borde del hueco del árbol le dijo a la vieja y atenta ave de grandes ojos y enormes cejas.

- Vera, soy madre de cinco hermosos hijos y me he quedado sin casa por que unos leñadores por allá por el monte bajo nos han tirado el árbol que nos servía de casa, así que nos hemos puesto a caminar y de tanto andar y andar pues hemos llegado hasta acá con usted y este pedazo de bosque de árboles grandes.

- Sí señora ardilla, en este pequeño bosquete hay muchos árboles, nada menos el que usted tiene aquí enfrente es ideal para usted y su familia, ¿por qué no lo ocupa de inmediato?, ande vaya, que por mi no hay ningún problema y como se trata de un lugar escarpado difícilmente llega por aquí un leñador, o algún depredador que nos moleste, además de que creo, a decir verdad que se espantan humanos y animales de escuchar el ¡bu, bu!, que se me sale sin querer por la emoción que me da de leer estas novelas de misterio a las que yo soy tan aficionado, usted es muy valiente y llegó hasta mi sin que le importara el ¡bu, bu!...

- Hay señor Búho, es que sin casa y con cinco niños qué le va a tener uno miedo a un sonido cuando los hijos están desamparados y sin casa que los proteja.

- Tiene usted razón señora, ah, y sí tenemos vecinos pero están un poco lejos y son muy buenos amigos, son una colonia de castores que viven del otro lado del bosque pegados al río que baja por un lado de la ladera.

- Muchas gracias señor a nombre mío y de mis niños, de verdad muchas gracias.

Mamá ardilla bajó corriendo ágilmente del árbol y se fue por sus hijos al rellano del bosque donde hacia algunos minutos los dejara al cuidad del más grandecito, los puso al tanto de la buena nueva y llenos de alegría treparon velozmente al enorme árbol de abeto que sería su nueva casa. Se instalaron de inmediato en aquella espaciosa y hermosa casa en el hueco de un árbol, mamá ardilla les preparó de comer y después de acariciarlos con dulzura de madre les preparó un mullido nido de hojitas secas para que descansaran y se repusieran de aquel día tan ajetreado. Pero no pasó mucho rato sin que el constante ¡bu, bu! del vecino los despertara, para colmo llegada la noche el viejo Búho encendió una vela y continuó sus lecturas de librotes de misterio, la luz de la vela entraba por dos de las ventanas de la casa de las ardillitas y por la entrada principal, el Búho vivía justo y derecho frente de ellos, la ardillita valiente pensó.

- Ahora me explico porqué nadie vive en este árbol, el señor Búho hace imposible que alguien pueda vivir aquí con tranquilidad, de día y de noche el ¡bu, bu! y de noche la luz, más el ¿bu, bu!, ¿qué haré?, porque mis niños necesitan de una casa grande y segura como esta, ¿pero qué hago para no entrar en pleitos o reclamaciones con el buen señor Búho?, no se, pero ya algo se me ocurrirá.

Los días se fueron acumulando y la familia ardilla sufría por no poder dormir bien, mamá ardilla tenía unas enormes ojeras y los más chiquitos de sus hijos estaban molestos y llorones todo el día, mientras tanto el Búho se pasaba los días igual, lee y lee sus librotes, día y noche, noche y día, ¡bu y bu!, sin parar, de noche la luz de la vela iluminaba el interior de la casita de las ardillitas.

- ¡Ya lo tengo!, dijo al octavo día la ardillita valiente, pondré unas cortinas y la luz no podrá entrar por las ventanas, mis hijos por fin dormirán con tranquilidad.

Así que no descansó hasta que quedaron puestas las cortinas, sí, sí funcionaron pero solo atenuaban la luz de la vela, más los ¡bu, bu!, aún se escuchaban, el sonido llegaba fuerte a la recamara de los niños quienes se despertaban de noche asustados y llorando.

- Ya lo tengo, dijo al noveno día la ardillita valiente, pondré puertas a las ventanas, iré con los vecinos castores que son excelentes carpinteros y les pediré el favor.

La ardillita salió muy de mañana en búsqueda de los castorcitos que vivían abajo por el rumbo de donde hacía ruido el río y los encontró trabajando.

- ¡¡Señor castor!!

Dijo la ardillita subiendo la voz para hacerse escuchar por entre aquel ruido que hacen los carpinteros, se dirigía al que parecía el jefe de ellos, cuando consiguió su atención se acercó a él y le dijo.

- Necesito que me haga unas puertas para unas ventanas.

- No es problema señora ardilla, pero no se llaman puertas, se llaman postigos y si usted me proporciona las medidas y, - poniéndose la mano en la barbilla dijo – y digamos 4 nueces de las más grandes que tenga, se las tengo en dos días, ah y yo se las coloco.

- ¡Hecho¡

Dijo la señora ardilla con una enorme sonrisa que dejó ver sus dos enorme dientes, y componiéndose su gorrito azul extendió su pequeña mano para cerrar el trato con el castor quien le extendió su callosa mano en señal de trato hecho.

Dos días después llegaron las puertas, o postigos para las ventanas, y una para el hueco del árbol, los castores las colocaron en un periquete, y se fueron muy contentos con sus nueces de pago por sus servicios.

Finalmente la ardillita resolvió su problema, sus hijos vivieron tranquilos en aquella enorme y segura casa del árbol; el Búho siguió leyendo y ahuyentando a los intrusos con su ¡bu, bu! involuntario pero efectivo, y mientras no lleguen los hombres a ese lugar a talar los árboles que son las casas de los animales, todo ese lugar natural será un bello espacio de vida, amistad y amor.

FIN