El modelo de cartón de un pesebre con figuras del mismo material hechas, aguardaba doblado entre sus pliegues policromos el volver a la vida como cada año en la temporada navideña, la cajita que lo contenía se guardaba dentro de un enorme ropero de madera labrada, noble y viejo mueble oloroso a bosque y a madera de cedro.

Pasaron los años y la cajita del nacimiento fue sustituida en su encargo por árboles de materiales sintéticos, árboles de forma cómica de ramas fingidas y luces eléctricas, esferas de colores, escarchas de papeles metálicos de colores verdes, rojos y plata, una estrella brillante y metálica remataba aquella estructura hecha de alambres torcidos y festones de plástico de olores a polietilenos.

Muchos fueron los años que aquella caja dentro de aquel ropero de la vieja abuela ya muerta quedara sepultada detrás de la ropa de cama de la anciana, sus recuerdos, ropa de cama que aún guardaba sus formas de mujer vieja y enferma guardadas; prendas de quien fuera su dueña guardaron por años su olor distintivo de madre de hijos varones y mujeres, hoy madres como ella lo fuera, y ellos, los varones tenían hijos fuertes y juguetones, que la vieja ya no conociera, no al menos como ahora estaban de grandes y fuertes, ella la abuela se había ido como todos los de su generación una invierno frío, una madrugada sin darle la despedida a nadie, sin molestar siquiera. Pacto tácito de sus hijos, que todo lo de la madre muerta, muerto como ella permaneciera en el ropero así transformado en ataúd de sus recuerdos y de sus cosas, que ahí durmiera aquello como los recuerdos que de ahí mismo ella cada vez que podía guardara ahí en vida, ahora todo aquello estaba condenado a la oscuridad de la muerte fingida del tiempo bajo llave, que no hay peor tiempo que el que se pasa prisionero.

Así llegó a contar cada figura en su haber de figura de cartón, de estar dormido sin dormir, que aguarda su momento 10 años ahí plegados sobre sí mismos, desecados permanecieron. Juan Manuel un día solicitó a su madre las llaves del ropero de la abuela para ver qué había ahí dentro. Con vehemencia el niño suplicaba: ¿es que nadie lo abre nunca, es que la curiosidad me llama desde ahí dentro ?

Rogó desde su altura de tan solo 12 Navidades aquel niño a su madre, pero no le hacían caso; por último exigió que como regalo de Navidad le permitieran abrir aquella bóveda de madera y explorar aquel mundo oculto a su imaginación y curiosidad, y ni así; no, fue la respuesta de su madre, que ideas tienes, le dijo.

Pero él insistió tanto delante de su padre que finalmente más por terquedad que por la comprensión de los adultos, le serían prestadas las anheladas llaves, pero que ya no molestara más, se las darían el mero 24 de diciembre por la noche dentro de una caja de regalo, junto a sus juguetes que le llevaría el Santaclós.

Llegó la noche buena, la fiesta se dejó venir alegre y en torno a la mesa y al pié de aquel árbol se congregó la familia y las visitas así como las risas de los niños, dieron las 12 de la noche, la hora del ritual que no es nuestro y todos se fueron a abrir sus regalos al pié del árbol artificial, Juan Manuel solo abrió uno de ellos, el pequeño que seguramente contenía aquellas llaves que le viera a su madre de vez en vez sacar de un cajón de su tocador, aquel llavero que contenía una pequeña torre Eiffel de metal, un dado color rojo oscuro, y un escudo vaticano que charolaba la luz colgado de aquella cadena llena de tintines, sí eran las llaves del ropero de su abuela.

La palabra había sido cumplida por su madre y ahí dentro de aquella cajita de moño rojo de orejas muy paradas estaban las llaves del ropero de su abuela, corrió por aquella casa de corredores hechos para eso y llegó hasta la recamara cerrada que fuera de su abuela, con prisa y nervios abrió la cerradura con una de aquellas llaves del racimo, la de latón de tonos amarillos, entró encendió la luz, ahí ente él estaba el enorme ropero de su abuela en aquella habitación hoy reservada solo para las ocasionales visitas, ahí estaba la cama de la abuela, sus muebles todos de madera, el olor a cedro penetró hasta su cerebro cuando abrió con la llave de tres agujeros la puerta central de aquella arca, la luna de vidrio reflejó la imagen del cuarto en su giro de casi 90 grados y rechinaron los goznes con delicia de viejo que se para de su asiento para salir a pasear de la mano con el nieto, los ojos del niño viajaron por todo aquel sinnúmero de objetos abiertos a la luz de su ojos, como un vientre de madre que pariera vida de nuevo después de muchos años y tiempo de añejamiento.

El niño buscó sin saber qué, tocó y sintió en sus manos objetos raros: y sacó perfumeros vacíos, polveras, aretes antiguos, lentes de formas raras, una lupa, viejas fotos en marcos metálicos de personas de grandes bigotes y ojos brillantes, de pronto entró la madre del niño, él volteó y sonrió como solo los niños le han sonreído a sus madres por siempre, con el corazón. -¿Satisfecho? Preguntó ella, ya haz visto que aquí no hay nada, solo cosas viejas, anda ven regresemos con los demás a la sala, cierra el ropero y ven a abrir tus regalos.

No mamá, déjame abrir otra puerta, solo he abierto esta del espejo y aún me quedan por abrir dos. La madre suspiró y tomando algunas fotografías de las que el niño sacara se sentó en la cama que fuera su madre, eran viejas fotografías en blanco y negro, otras en sepia, sonreía al verlas, el niño cerró la puerta del espejo que volvió a despedirse con un crujido, esto hizo que la madre del niño reaccionara bajo un viejo recuerdo de los años pasados cuando la puerta era abierta con frecuencia, un nuevo olor inundó la estancia, era un raro perfume, entre dulce y cálido, el olor de los recuerdos inundó toda aquella estancia con su aroma, el niño introdujo ambas manos entre la ropa de cama y sacó como por instinto la caja de madera que contenía al nacimiento, por instinto abrió aquel regalo de Navidad inesperado, su sorpresa fue mayúscula, un ejército de figuras policromas danzó delante de él, la Virgen María, los pastores, San José, los tres reyes magos y muchos animales de corral, por último y como si fuese el plato fuerte un ángel bellísimo y el niño Dios que venían envueltos en un papel como de china.

¡Mamá! -Exclamó el pequeño, ¡es un nacimiento! Y ahí mismo emprendió la tarea de armarlo sobre la cama rechinante de su abuela. La madre se le quedó mirando y recordó como ella misma había así, como su hijo alguna vez armado aquellas hermosas figuras de cartón policromo cuando era niña, aquel nacimiento le trajo recuerdos bellos de cuando era niña y de Navidades felices ya pasadas.

Como madre e hijo tardaran en reunirse con los otros, poco a poco fueron llegando a la recamara de la abuela uno a uno los demás miembros de la familia que estaban en la sala de la casa, y ahí en la recámara de tanta gente que llegó, aquello se tornó en fiesta de recuerdos, sí ahí dentro de aquel cuarto hasta hace años olvidado, risas y alegría nueva y pasada por fin fundida de los que recordaban las Navidades de antes viendo fotos, las figuras y demás objetos que pasaban de mano en mano, así se recordaron las anécdotas en torno a este nacimiento de cartón por fin desdoblado a la vida activa, nacimiento renacido sacado de las entrañas de aquel viejo ropero, el ropero de la abuela por manos de su nieto Juan Manuel.

Y de ahí en adelante ya nunca dejaría de estar presente en las Navidades subsecuentes aquel nacimiento lleno de recuerdos para tantas generaciones, la tradición era finalmente un sentimiento vivo nacido de aquellos que se han ido, pero que nunca han muerto.


El campo amanecía brillante bañado por la luz de la mañana, un bello amanecer del mes de noviembre, ni mucho frío ni mucho calor, fresco dirían los lugareños todos campesinos dedicados al cultivo de la tierra y de sus frutos que les dejaban espacio para ellos a su ves vivir, vida por vida, tu me cuidas y yo te cuido a ti.

El campo ya llevaba días de haber sido sembrado y la cama cálida hecha en el seno de la tierra abrigaba la esperanza de la nascencia de las plántulas verde pistache del chícharo de otoño. Pegado al borde de la sementera se levantaba con orgullo una plantita, vigorosa y trémula de vida en sus venas de savia verde como la esperanza de la vida en ella latente. Crecía tan cerca del borde que nada más emerger de su lecho de tierra se topó con las hierbas silvestres que al mirarla exclamaron.

¡Miren ha nacido un chicharito!

Pero no todo era alegría en esa plantación, las plagas asechaban a las plantitas recién nacidas para comérselas o dañarlas con su feas enfermedades, el campesino apenas las vio emerger y las roció de productos químicos que las protegieran de enfermedades e insectos voraces que las dañarían desde su más tierna edad.

El chicharito precoz que había emergido primero y habían visto las plantas silvestres, apenas salía el sol y se desperezaba de su lecho tibio de color café negrizco que era su lecho de cultivo y cobijo haciendo.

¡Brrr, qué frío hace!!!! ¡Yo no me levanto hasta que haga más calor, brrr…!!

Y se enroscaba dentro del cobijo de la tierra como si fuera una variedad rastrera de la familia de las Leguminosas, que de por sí lo era. Las plantitas silvestres le hacían muchas fiestas, diciéndole.

Pobre Chicharito, está muy tiernito, tiene frío…

Sí, que se tape, no se vaya a enfermar…

Tu quédate hasta ya tarde en tu cobijo del suelo, sal hasta que el sol esté bien arriba…

Y así por el estilo le decían las plantas silvestres muy resistentes y aguantadoras a la pequeña plantita de Chícharo que tanta ternura les inspiraba por haberla visto nacer.

Pero las demás plantas de Chícharo no lo veían con los mismos ojos y se burlaban mucho de él diciéndole flojo, y debilucho.

Un buen día se apareció por ahí un abejorro peludo, volando de rama y flor en flor, para chupar el néctar de las florecillas de los chicharitos que ya empezaban a ensayar sus brotes florales.

¿Y este Chícharo acostado?

Dijo el abejorro al ver que nuestro Chícharo friolento aún no salía de su lecho y permanecía dormido y muy cobijado siendo ya las 12 del día.

¡Señor abejorro!

Dijo un altraluz de hermosas flores color violeta.

¡No moleste al Chicharito con tal tono de voz, y váyase a buscar néctar en los otros Chícharos que ya están de pié!

Perdón.

Exclamó el abejorro, un tanto cuanto apenado ante las miradas de las hierbas silvestres que lo veían con coraje por su rudeza y agitaban sus hojitas en un claro ademán de hacerlo que se fuera de ahí con viento sano.

No quise molestar señoras.

Se excusó el abejorro.

¡Retírese!

Dijo imperativa una Chacalota de blanca y espinosa flor, amenazando con hacer llegar su ira al insecto peludo.

Calma señoras, calma. ¿Pero por qué duerme tan tarde este Chicharito, qué no estará enfermo de algo…?

No abejorro, tu no sabes nada, en primera no es un él, es una ella, Chícharo de la familia de las leguminosas, pero es una Chicharita, y como es de variedad precoz es friolenta.

Ah, ya veo es una Pisum Sativum, emparentada con las habas, los garbanzos las lentejas y el Colorín.

Vaya, el señor no es tan ignorante después de todo.

Dijo un nabo silvestre agitando sus espadañas al aire llenas de vainas que sonaban como sonajas.

Los abejorros sabemos diferenciar a las plantas porque de ellas vivimos y del néctar de sus flores nos alimentamos, ¿pero qué hace esta variedad de Chicharito sembrada en noviembre y no en mayo que es primavera?

Eso sí no lo sabemos, solo que es nuestra nena consentida y que desde que la vimos nacer la hemos cuidado de que nadie la moleste.

Y hacen bien, esta variedad es muy bella, grácil y delicada, sus flores producen un exquisito néctar que…

¡Anda a la porra abejorro!, que de este néctar no has de beber, ¡he!, ¡anda y vete ya!

Pero el abejorro ya se había enamorado de aquella plantita de Chícharo friolenta, sus flores no tardarían en reventar de esos botones tiernos que salían de su tallo grácil de hojas delicadas y no se alejó mucho del lugar, a diario sobrevolaba el lecho del Chicharito friolento y se hacía presente posándose desafiante sobre sus nanas, a quienes distraía con sus charla rica en anécdotas de sus vuelos y libaciones de néctares raros y sabrosos, o agarrosos, pero nutritivos.

Un día los botones del Chicharito friolento reventaron en hermosas flores de color blanco, de un delicioso aroma y el abejorro paciente y enamorado libó de ese exquisito néctar y del Chicharito friolento quedó por siempre enamorado después de hacer suyo este fértil y dulce vino de amor que el Chicharito le dio.

El otoño de ese año fue duro, más parecido a un invierno temprano que a un preludio de fríos y el Chicharito friolento no obstante los cuidados de sus nanas, quienes lo taparon con sus propios cuerpos de ramas y hojas, murió de frío.

El abejorro peludo ya no buscó más néctar para sobrevivir, se puso tan triste que sin más se dejó morir donde yacía su Chicharito friolento y ambos pasaron a formar parte da la tierra de cultivo vueltos humus.

FIN.


Esta historia ocurrió en la ciudad de Puebla de los ángeles, y la niña de esta historia no era como todas las demás de esta tierra, ella era diferente, ¡ah!, olvidaba decir, que esta historia tampoco ocurrió en la época actual, estamos hablando de una época anterior a ésta, por lo tanto esta historia se ubica en el pasado, es un cuento que habla de cómo la creatividad de una niña diferente, por venir de tierras lejanas dio a éste Estado una de sus más bellas y conocidas imágenes en todo el mundo. Empecemos pues este relato, que como muchas cosas de esta tierra de Puebla, lleva color, sabor y mucho, pero mucho amor.

La ciudad colonial se bañaba de luz todas las mañanas, como si realizara su aseo diario bajo el efecto mágico del manto azul de un cielo de aire limpio cuajado de olores a leche recién ordeñada, a pan caliente y nixtamal, el río de San Francisco corría claro y lleno de vida bajo los puentes que comunicaban a la ciudad española y criolla con los barrios indígenas y mestizos de la rivera opuesta amarradas a la pendiente que vertía su gente y mano de obra a la planicie urbana de la ciudad de casonas señoriales, del lado áspero del río San Francisco se apiñaban casitas de una sola planta formando calles torcidas y estrechas que desde temprana hora bullían de aquí para allá, el templo de la Luz y Analco contrastaban con las enormes y opulentas iglesias de los patrones peninsulares de la ciudad trazada por los ángeles cuyas torres y cúpulas se erguían majestuosas adornadas ricamente con los colores brillantes del azulejo de Talavera combinado con el ladrillo de barro indígena; la voz de la ciudad era un cantar y habla en castellano y náhuatl entrelazados en el diario trabajo de aquellas de dos razas y una tercera naciente, la mestiza, que bajo la música de las campanas se hermanaban reían, sudaban y pensaban dentro de aquel relicario hecho de cantera y argamasa, piedra bola, rezos e inciensos, dulces de ricos y multicolores sabores y aromas a chiles tostados y molidos por manos femeninas de hábitos oscuros y volantes almidonados de blancura nívea de mujeres dedicadas a su religión y a la noble creatividad de los sabores culinarios de exquisita delicadeza, tan delicado equilibrio existe en la cocina de los conventos que su gusto y goce están no lejos de llevar a sus comensales a la comisión del pecado de la gula.

Si, es la Puebla de los Ángeles, que naciera de las entrañas nobles del autóctono caserío denominado por los viejos padres de esta tierra como Cuetlaxcoápan a las orillas del río que en náhuatl llevara el nombre de Almoloya, se dice que la palabra Cuetlaxcoápan significa lugar de las curtidurías de pieles de víbora actividad que ahí se siguió practicando luego de que viera la luz ahí mismo la ciudad fundada y trazada por manos europeas el mismo año que nuestra preciosa madrecita de Guadalupe, allá en México se apareciera reverencialmente a un humilde macehual de nombre Juan Diego.

Es esta la Puebla de Los Ángeles, la ciudad colonial más importante del interior de la Nueva España, sus primeros habitantes se destacaban en los obrajes de hilados y tejidos, montados en tal número que pronto pudo este centro surtir al comercio de la pujante Colonia y aun exportar al extranjero, como lo declara Villa Sánchez, ya que sus primeros vecinos eran originarios principalmente de Toledo, donde la ropa se manufactura diestramente, y Betancourt habla del desarrollo de estas industrias poblanas, como muy buenas y de gran calidad, que producen los colonos venidos de Viruega, cerca de Toledo, España, quienes pusieron obradores, que luego se dieron en decir obrajes, para la fabricación de rajas y paños finos, frisas, sayales y demás tejidos de lana, y como se puso mucho empeño en esta obra, y calidad así como amor en este arte, venían de diferentes lugares de estas tierras, y hasta de las provincias, o del lejano Perú.

Nada paraba a la ciudad de Los Ángeles en su empeño creativo y de trabajo, llamada por el pueblo llano La Puebla, no todo era producido aquí, de la lejana China y traída por los galeones desde Filipinas llegaba a este centro creador la seda, aquí en La Puebla y en la Nueva Antequera, hoy Oaxaca se fabricaban con estas sedas terciopelos, damascos, mantos, tocas, tafetanes y demás objetos de lujo, al grado que dentro del territorio de lo que ahora es el Estado de Puebla prosperaron los Morales, que llegaron a producir muy buena y abundante seda; pero no solo los hilados y tejidos eran objeto de la laboriosidad de esta gente que vivía inmersa en la filigrana de su ciudad, los artesanos y artífices trabajaban de manera exquisita el hierro y la madera, sus alarifes eran verdaderos artistas de la cantera, el ladrillo y el alfeñique arquitectónico, curtidores, talabarteros y plateros, pintores que vaciaban su arte sobre telas hechas de seda, bordados, ya fueran hechos por las religiosas o por las bordadoras del gremio, tomando de modelo los dibujos europeos y de oriente, además de los motivos religiosos, los llamados de “romano” así como toledanos que mezclaban diseños góticos, pero no escapaban los temas indígenas a este arte que se completó con el deshilado nativo, vivo impacto tenía en todas las mujeres los mantones de Manila, hechos de finas sedas ya fueran lisas o torcidas, los cuadros hechos con hilos pegados a los que en vez de coser las piezas aplicadas al bordado van prendidos con alfileres, alternando esto con los bordados reales como los del “ochavo” de la catedral de la ciudad, rica muestra de veinticuatro de ellos piezas únicas de este arte especial por ser propio de la mujer y su forma de trabajar ver y hacer el arte con creatividad; y que decir de los alfareros que trajeron el arte moro de la mayólica los azulejos de Talavera de la Reina, a desarrollar la Talavera de La Puebla, que nos lleva necesariamente a dar ligeros pormenores sobre este producto tan de la Puebla y de los poblanos nacidos en la angélica ciudad, que vio este arte desde fines del siglo XVI, hacíase tal cantidad de buena loza en La Puebla, que dejose de importar de España, tal auge tomo este arte que para al siglo XVII, que no solo sustituye a la Talavera de España, sino que la declaran propios y extraños igual o superior a la de allá, y hasta hacerla rivalizar con la de China, esto se debe a que dentro de la traza urbana de lo que ahora es la ciudad de Puebla se tienen los materiales para hacer este arte policromático, de Totimehuacan y San Baltasar es traído el barro blanco, así como el apreciado rojo que eran delicadamente combinados; otros artistas se aplicaron también con el carey, marfil y el Tecali.

Artes menores no lo eran el del vidrio que se comparó en belleza al de Italia, la fabricación de cuchillos similares en calidad a los Toledanos y a la producción de jabón, tan necesario para una sociedad en extremo cuidadosa de su autoestima, amante de la belleza y el equilibrio perfecto de su existencia y la exquisitez de la vida diaria, que como reza el refrán “De la Puebla, el jabón y la loza y no otra cosa”. Escueto y muy parcial el refrán, ya que mucho se habló de las soberbias sillas vaqueras de montar hechas por los talabarteros de La Puebla, arquitectura monumental deja ver el porte gótico desde la lejanía con las torres de San Francisco a la vera del río, más adentro de la traza está la belleza renacentista de la Casa del Deán; iglesias y templos de estilos herreriano y el barroco sobrio, que contrasta con la filigrana de las yeserías de los interiores de estos templos llenos de fervor católico, monumento a este arte nacido del alma cristiana está en Santo Domingo y su egregia capilla dedicada a la virgen del Rosario, culminación genial de la yesería y del buen gusto de toda una época, encajes hechos de hierro, láminas de oro revisten los retablos, flores del día aroman sus altares y ceras arden es sus interiores dejando ver tenues y titilantes las llamitas de la fe de los miles de feligreses, y qué decir de la cerrajería no fue la excepción dada la demanda de portones monumentales, como los de estos templos, y los de las casonas de la hermosa ciudad, que más que resguardo de riquezas, eran lujo y orgullo de las casas señoriales y de sus habitantes.

En una de estas hermosas casas resguardada por su hermoso portón de madera labrada vivía una niña delicada y menudita de carita ovalada y rasgos finos, que mira por una ventana de balcón florido las luces de la mañana poblana y sueña con su pasado cercano y su tierra lejana, muy distante de este cotidiano mexicano que la abraza desde hace poco tiempo. Esta niña exquisita pareciera estar hecha del marfil más fino y puro por el tono de su tez, no menos delicada que las sedas de brillantes colores que la visten, hay exquisitos labrados, que como encajes adornan las maderas de sus muebles, ella ajena a los sonidos de los bronces de los campanarios cercanos, ella más hecha a los sonidos diferentes de los viejos gongs orientales.

Ella se nutre de esta arquitectura abombada como piezas de pan al horno de la luz de este sol de Nueva España de cúpulas forradas de colores, de balcones de hierro en filigranas llenos de macetones floridos de geranios y grandes zaguanes de madera color café labrados como puertas de templos que es cada hogar de esta rica ciudad de exquisito gusto en ella manifiesto por sus habitantes. La niña ve con extrañeza y curiosidad las naguas amplias y plisadas de las mujeres de estas tierras y compara las de ella entalladas a su cuerpo, mujeres indígenas de robustas caderas y aquella qué grácil se ve por ser aún muy joven, ve la feminidad de estas tierras con curiosidad y observa con atención el huipil de las vendedoras del mercado y las del trabajo doméstico que cubren artística y amorosamente los senos maternos morenos llenos de vida para los críos regordetes que sostienen a sus espaldas con ayuda de sus rebozos veteados de mil colores, son a su vez trabajadoras, esposas, madres y obras de arte ambulantes.

La niña día a día se nutre de esta plástica llena de vida que se despliega a su vez como parte de una obra de teatro con un magnífico escenario arquitectónico, las calles, casas, plazas y mercados de La Puebla Colonial. Es su alma la de una niña y su manera de pensar la de una artista sensible y creativa, no pasa mucho tiempo sin que éste ambiente extraño y abigarrado en un principio para ella se convierta en materia prima para nutrir su imaginación y creatividad, ideas traídas de los más lejanos confines de este mundo se enriquecen y dan cuerpo a las ideas dentro de un mundo que se hace cada día más chico, pero además más nuestro y rico.

De la contemplación cotidiana pasó a los hechos, puso manos a la obra, diseña, imagina, crea, se sabe diferente, y ella quiere a su vez hacer un tributo a este arte nuevo de mezclar perfectamente los ingredientes propios y ajenos, y sacando de entre sus cosas traídas de la China lienzos de la más fina seda, con sus suaves y delicadas menecitas corta, cose y arma una preciosa falda que recama de piedras y lentejuelas imitando y mejorando las naguas de las indígenas que tanto le llamaran la atención, naguas ahora de lujo por los materiales como la chaquira y la pedrería que le injerta no sin para ello dedicar mucho esfuerzo y tiempo, borda y diseña figuras mexicanas, teje sus trenzas al estilo mexicano con listones de colores, cubre su busto con una blusa blanca exquisitamente bordada y combina de maravilla los colores que a visto se usan más dentro de la gente de estas tierras, el blanco, el verde y el rojo.

Sin temores a la crítica, porque así son los grandes creadores que saben que su arte lo dice todo, la niña se viste con este atuendo diseño de ella, se ha integrado a este nuevo mundo de manera maravillosa, no ha copiado, se ha inspirado en los atuendos nativos, en los colores de las mujeres morenas, en su gracia y formas de la atmósfera maravillosa de la Puebla de nuestros abuelos y como una nueva joya engastada en el relicario de América nace este atuendo bello y elegante, ha surgido de entre sus manos e imaginación un traje único que da vida a un sueño que hoy es símbolo de éste Estado y todo lo que encierra Puebla expresado en seda, colores y belleza femenina, ella y su ambiente femenino recién adquirido son un prolífico crisol de las ideas y creencias, de textiles y sangres diversas, ha nacido para Puebla y el mundo el traje más emblemático no solo de Puebla sino de la nación mexicana, que llevara esta niña de China con singular donaire con orgullo de ya no ser más de aquellas tierras tan lejanas, ahora ella era y es La China Poblana.

De Puebla México salió el atuendo más mexicano que se haya visto jamás, salió para encantar a toda Nueva España, de ahí a la nación que fuera después independiente de aquel reino que por trescientos años dominara esta tierra, sobrevivió por méritos propios como atuendo muy nuestro el paso de los años. Puebla es inmortal por muchas causas, y cosas, pero lo es más por los que la aman a diario y se inspiran en ella al través de los años para hacer cosas bellas e imperecederas.

Con admiración y modestia a la Ciudad de Puebla, México


Me gustaría conocer la ciudad primero antes de que me lleves a visitar a la familia o a tus amigos. Dijo la pequeña Lola a su abuela estando aún deshaciendo las maletas luego de un viaje de más de 10 horas que las llevara de América a Europa.

Habían salido de la ciudad de México a eso de las 12 de la noche y ahora en Madrid eran las 6 de la tarde del mes de julio, de un día cualquiera del verano madrileño. No, estamos aquí en Madrid para trabajar, no para pasear. Fue la respuesta enérgica de la abuela que colgaba vestidos en un armario.

La niña que había cumplido 13 años apenas el mes de mayo de ese mismo año se quejó con un mohín y aventó sobre la cama algunas prendas de ropa que llevaba en su regazo. Lolita, tu no me entiendes, pero solo estaremos en Madrid por una semana, luego nos iremos tal vez a Córdoba y luego a Sevilla que ya verás te va a gustar mucho, de ahí ya veremos, no hay más plan que ese. Pues de perdida quiero conocer la puerta de Alcalá, caminar por la Castellana e ir a la Plaza Mayor, y a la Puerta del Sol y... Ya basta. Mira que tu tía Leonor nos ha prestado su casa solo parque ella y su familia andan de veraneo por Barcelona, que sino, ni para un hotel decente me hubiera alcanzado el dinero que hemos traído.

Tu tienes dinero abuela, yo lo sé. Dijo la niña en tono festivo y burlón poniendo carita de pícara. La vieja solo la miró por encima de sus gafas también viejas como ella y ordenó. Anda báñate y luego a cenar, que mañana iremos de visita con el señor Fuenleal.

Al día siguiente se fueron a buena hora al barrio de Atocha, se encumbraron por una empinada calle del mismo nombre y dieron un vuelco en una de sus esquinas, ahí cerca de la vendimia callejera de la calle en rampa se paró la vieja y checó el número de un edificio antiguo arrugando los párpados y entornando la vista detrás de sus gafas de carey. Aquí es. Dijo secamente y subieron por la escalera que dejaba ver la penumbra de un pórtico que olía a rancio de tan viejo.

El edificio ocre de baranda de hierro y pasamanos de madera, peldaños del mismo material que crujían a cada paso de la vieja y la niña. Tengo sueño abuela, aún no me adapto a este horario. Cállate, siempre te estás quejando de todo, menos para lo que es diversión. Subieron dos tramos de escalera y llegaron frente de la puerta marcada con el número 3, la vieja tocó con su mano huesuda y salpicada de pecas. Abuela, porqué no usas el timbre, mira aquí está. Y la niña pulsó con firmeza el botón de latón amarillo adosado al marco de madera de la puerta. ¡Ya, ya, que no hemos venido a cobrar la renta, niña!

Un instante después del sonido del timbre se escucho ruido de pasos sobre un piso de duela que crujía bajo el peso de alguien, luego el ruido metálico de los cerrojos al descorrerse, ante el umbral de la puerta se recortó la figura de un hombre de unos 60 años alto y moreno de pelo muy blanco y cejas negras y pobladas, del interior llegó un fuerte olor a tabaco de pipa quemado.

Los ojos negros del que abría la puerta se clavaron alternativamente en las dos mujeres, y exclamó. Vaya, que si es Lola Ugarte en persona. Exclamó con una profunda voz de tenor el hombre del cabello blanco. Acto seguido tomó de la mano a la vieja, pero no con el saludo tradicional, le tomó la mano izquierda con su mano derecha pero por encima y así la dejó mientras le sostenía la mirada, luego se volvió hacia la niña y preguntó. ¿Y, esta niña es... Lola, tu nieta? Sí, te la he traído para que la conozcas en persona.

Bienvenida. Dijo el hombre y también sujetó a la niña por encima de la mano con su mano izquierda, que sujetó la mano derecha de la niña, así mantuvo sujetas suavemente a las dos mujeres por unos instantes mirándolas alternativamente con sus profundos ojos negros, la vieja alargó su mano lateralmente y sujetó a su nieta cerrando así el triángulo entre los tres. Solo un instante y la niña ya no supo más de sí hasta que se despertó en su cama, bueno, una de las camas de la casa de su tía Elvira, habían pasado seis días desde su primer día en Madrid y de su encuentro con el señor Fuenleal, todos esos días los había pasado inconsciente. No se sentía mal, solo con hambre y sed. ¡Abuela! Gritó la niña. La vieja llegó casi de inmediato a la recámara de la niña. Qué bueno que ya te despertaste, haz estado dormida mucho tiempo. ¿Abuela, seguimos en Madrid?, claro que sí, estamos en Madrid, ¿porqué lo preguntas? No sé, es que...¿y qué hago en pijama? Nada malo, ni grave, tu sabes no estás acostumbrada a los viajes largos, el cansancio, el cambio de horario, ¿te acuerdas..? y sufriste un desmayo, afortunadamente el buen señor Fuenleal nos trajo a la casa y además nos ha traído un médico muy bueno, que te ha visto estos días que estuviste dormida, es un problema hallar un médico en Madrid en el verano, todos están fuera, hasta las farmacias están cerradas. ¿Qué me pasó? Insistió la niña con cara de intriga y ciertamente confundida. Nada grave, solo la fatiga del viaje. Tengo hambre dijo la niña y notó que su mano izquierda llevaba un vendaje. ¿Qué es esto abuela? Nada serio hija, solo que hubo necesidad de ponerte suero por lo de tu desmayo y tuviste un derrame, ya ves que no se te encuentran las venas con facilidad. Me duele un poco, ¿está muy feo? No, hija, es solo un morete, ya se te pasará, que bueno que tienes hambre, eso es bueno, ahora te traigo de comer algo.

La vieja salió del cuarto y la niña se examinó el vendaje de su mano palpándolo con los dedos de la mano sana. Luego de comer con muy especial apetito la niña se quedó dormida de nuevo, le habían llevado hígado de res cocinado muy tierno, la niña no le hizo el asco y se lo comió rápidamente, luego de comer la abuela deslizó una inesperada invitación antes de que ella cerrara totalmente los ojos. Que tal y ya que te sientas mejor, damos una vuelta por Madrid, ya que pronto nos vamos a Córdoba...he. Si, abuela. Dijo casi en sueños la niña.

Pero la niña no conoció Madrid de día sino de noche ya que era vista siempre por la estación de ferrocarril de Atocha a eso de las 10 de la noche solicitando se le llevara a su casa porque se hallaba perdida y ella no era española, los buenos samaritanos que se condolían de ella como buenos madrileños nunca llegaban a la casa de la pequeña, según ella explicaba por el rumbo del Santiago Bernabeu, por la embajada de México, por la avenida Perón. Los buenos samaritanos eran encontrados por las inmediaciones del campus de la universidad sin pizca de sangre en las venas, con la cara triste y siempre cerca del lugar se percibía un olor como a rosas.

La pequeña se volvió una leyenda callejera, ahora se le veía por la Plaza Mayor siempre de noche, sola y solicitando ayuda. Ahí la encontró el cura párroco de Mágina don Lucas. Mágina es una pequeña ciudad de Andalucía, metida en la sierra más allá del paso de Despeñaperros, él al verla perdida y desvalida sintió un no sé qué, la tomó de la mano con suavidad accediendo a su petición de llevarla a su casa porque ella había dicho era de México y no conocía Madrid, el párroco de Mágina tampoco conocía muy bien Madrid pero era servicial, además de ser muy alto, flaco y de prominente nariz.

Al sujetar la manecita de la niña notó que la tenía muy fría, también notó un vendaje, el cura se arrodilló para revisarla y ver si tenía una herida, estaban ya en el portal de la Plaza Mayor que da para el poniente, revisó la mano retirando el vendaje y pudo ver que en el dorso había un como tatuaje de color encarnado con la figura de dos ángeles que se veían de frente en posición hincada, uno con las alas plegadas y el otro de alas muy abiertas, el tatuaje parecía fresco y reciente, era casi una herida. ¿Quién te ha hecho esto, pequeña? La niña lo miró con ojos extraños de grandes ojeras y de mirada profunda y solo movió los hombros hacia arriba en señal de negativa al tiempo que inclinaba su cabecita hacia la izquierda.

El cura don Lucas se levantó y como buen cura de pueblo se imaginó que ahí había un secreto, hombre de fe no se atemorizó, recordó que por las inmediaciones había una iglesia y antes que acceder a los ruegos de la niña de llevarla a su casa que era por el rumbo de la universidad, él la llevó a la iglesia. No mucho después de las 10 de la noche hallaron al cura párroco de Mágina a las puertas de la iglesia inconsciente con una herida en el cuello aún fresca, un desgarrón que le hizo perder mucha sangre, en el ambiente había un olor a rosas, el cura se vio grave pero no murió. Luego de su recuperación y del encuentro desafortunado con la niña don Lucas se dio a la tarea de buscarla y no quiso regresar a Mágina de inmediato como la sensatez lo hubiera indicado. Se metió en la búsqueda de la criatura como un loco, se dio a averiguar detalles sobre casos similares y se topó con la leyenda urbana de las apariciones de la niña vampiro mexicana, o niña de la Plaza Mayor que se aparecía ya no solo por ahí, sino por todo Madrid y dejaba secas a las gentes botadas por el rumbo de la universidad, para allá se dirigió don Lucas.

Y se enteró de que en una casa de las inmediaciones de la planta nuclear Juan Vigón había una casa con una estatua en el jardín con dos ángeles hincados y viéndose uno al otro de frente como si fuesen uno solo. Buscó don Lucas por ahí montado en una petardeante motoneta, su desgarbada figura quijotesca se volvió cosa normal por aquellos rumbos, luego largó la motoneta e hizo el camino a pié, finalmente halló el jardín de la estatua aquella y la casa a la que pertenecía.

El cura de Mágina era valiente, era hombre de fe, toco la campanilla de la casa aquella. Acudió a abrir la puerta un hombre viejo de unos sesenta o más años, alto y moreno de pelo blanco y cejas negras y pobladas. El larguirucho párroco don Lucas vestido todo de negro aflautó la voz y se hizo oír jardín y reja de por medio hasta la puerta de la casa donde se recortaba la silueta del hombre moreno.

¡Escuche!, oiga, que me ha llamado mucho la atención su monumento, es decir, la estatua de su jardín, ¡hombre!, usted disculpe. El hombre de la puerta contestó con una profunda voz de tenor -¡No está en venta, adiós! - y cerró. Don Lucas ya no supo que decir, paseó la vista por las ventanas y las paredes de aquella casa cubierta de hiedras, de ventanas cerradas aún en verano. Se dio desde ese día a la vigilancia pertinaz de la casa. Don Lucas mientras estaba en Madrid vivía en la vicaría donde le asistían en comida y vivienda, llevaba un diario del que hemos sacado parte de esta historia, para colmo él, el cura de Mágina amaneció muerto un día por el rumbo de la universidad, en el ambiente flotaba un olor a rosas.

Los curas de la iglesia del sagrado Corazón pusieron el grito en el cielo, a partir de ese día la vigilancia por la Plaza Mayor y las inmediaciones del campus de la universidad se duplicó para tratar de dar con la pequeña vampiresa que había ya hecho tanto daño que hasta un ciervo del señor se había llevado entre sus dientes.

La búsqueda no dio resultados, la Niña de Atocha, de la Plaza Mayor, del Museo del Prado, de la Puerta del Sol, del los puentes del Río Manzanares, en fin, no aparecía ya ni dio luces de su presencia y Madrid durmió después de muchos días con cierta tranquilidad, el verano ya casi llegaba a su fin y las autoridades querían exentar el asunto antes de la llegada de los veraneantes de nuevo a la desangrada y forzadamente desierta ciudad capital.

La hermosa catedral de Sevilla con su torre y su giralda lucían aquella noche cálida como nunca, Héctor Valtierra y su novia Cristina se bajaban de una de las calesas tiradas por caballos que dan un tour por la ciudad, Cristina lo llevó de la mano hacia un rincón cercano al jardín de los naranjos, le gustaba sentirlo cerca de ella, le acarició el mentón rasposo de barba con la mano y se dispuso a darle un beso en la boca..., ¡Me he perdido! Se escuchó llorosa la vocecita de una pequeña que estaba sentada en una banca del mismo parque. Cristina se sobresaltó y se acercó a la pequeña soltado la mano de Héctor. Al día siguiente había dos cadáveres en la morgue, no tenían ni pizca de sangre en las venas, fueron encontrados sobre uno de los puentes que llevan a donde estuvo hace años la Expo Sevilla, cuando los 500 años, en medio de un dulce aroma a rosas.

Sevilla amanecía de luto, tanto Héctor como Cristina eran muy conocidos en la ciudad, de familias prósperas y pudientes, se inició la investigación, la policía se dio a la búsqueda del, o de los responsables de aquellos dos crímenes, las noticias de Madrid y la Niña vampiro cobraron fuerza dentro de las hipótesis de los sabuesos Sevillanos, pero no dieron con nada en claro, los cadáveres se acumularon y cuando llegaron a trece, cesaron, como poema de García Lorca “…voces de muerte cesaron cerca del Guadalquivir”.

Un hombre de elevada estatura, moreno de pelo blanco y contrastante bigote y cejas negras debajo de ellas dos poderosos ojos de mirada oscura llegó a una farmacia del popular barrio de la Macarena, solicitó una loción y varias vendas, pequeñas dijo a la empleada. La dependiente era una gitana de unos 40 años, mujer aún bella y de rasgos finos, se le quedó viendo y mirando, observando como solo los gitanos de ojos claros lo hacen por esas tierras, la gitana no depositó el dinero que le diera el hombre en la caja registradora y puso las monedas sobre los billetes sin tocarlas y luego sobre una tabla.

¡Joder! -Exclamó cuando se había ido el hombre alto y moreno de mirada oscura, llamó a su patrón, un sevillano chaparro, calvo y viejo que chupaba un enorme puro.

-¡Don Roque que he visto al diablo!, que me ha dado un canguelo, me ha dado la jindama má grande que uté haya sentido jamá, e un señó impresionante. El sevillano salió de la trastienda alarmado y contestó a los gritos y reclamos de su empleada. -Mira Ginesa que lo que tu quieres es cerrar el establecimiento e irte detrás de alguna aventura, que se que aún no escarmientas con todos tus fracasos con los hombres, anda, coge un poco de algo que te haga bien pál susto y regresa a tus deberes, ¡ale! La mujer no le hizo caso y sí le ordenó con voz firme a su patrón. -

Don Roque, que necesito que uté que e hombre y que no he tocáo mujé alguna desde que ha mueto la suya, me ponga en un saquito estas monedas, solo las monedas, ande. Pero Ginesa, cuál saquito, mira, ¿es que te quieres coger esas monedas, qué son del negocio?

- Don Roque le juro por la virgen del Rocío y por mis hijo muetos, que yo le repongo el dinero, pero hágame caso. Roque Vidal era supersticioso como lo son muchos sevillanos y ya sin hacer muchas preguntas, solo se concretó a hacer lo que la empleada le decía, puso las monedas en un hatillo hecho con un pañuelito que la mujer le dio, ella cogió un frasco de agua de rosas de un estante y sin decir nada, pero regalando al viejo una muy gitana sonrisa se salió de la farmacia cimbrando las caderas, no volvió hasta el otro día.

Tres cadáveres más amanecieron ese fin de semana en Sevilla, los tres iban atados por una cuerda muy extraña hecha como de pelo o cerdas de animal trenzadas, los cadáveres estaban atados de las muñecas con esta extraña trenza, eran: una vieja, una niña de unos trece años y un viejo muy viejo de pelo muy blanco y bigote muy negro, los tres tenían el mismo tatuaje en la mano derecha, dos ángeles viéndose de frente.

Nadie reconoció jamás a la niña vampiro porque nadie jamás vivió para contarlo, salvo don Lucas que no fue muerto de inmediato y que su curiosidad matara, sin embargo la gitana Ginesa sí supo quien era al menos uno de ellos y cortando cabellos de ella misma y de las mujeres de su raza hizo una trenza que engarzó de abalorios hechos de las monedas que Roque Vidal pusiera en su pañuelillo y sin prisa pero sin pausa como la lluvia calabobos de Andalucía, se despachó a los vampiros de adalí* con mucha arcarabí**.

FIN.

Voces gitanas:

*adalí = Madrid

**arcarabí = astucia.

Tiene muchos años que fui niño, pero los recuerdos de aquella etapa de mi vida son tan bellos que son imposibles de olvidar, mi mente se encontraba entonces muy dúctil y maleable en formación dijera yo, ¡ah!, y también estaba aquel ambiente que hacía del momento diario un mundo mágico de imaginación, luz y colores, sabores y en fin que aquel era como un espacio propio que vivía día a día con extraordinaria pasión y sobre todo alegría.

La imaginación de esta época de mi vida era desbordante, además de verse alimentada todos los días por las lecturas de aventuras que mi madre nos hacía a la hora de la comida, ella tomaba un libro de Salgari y con esa su dulce voz entre plato y plato nos leía varias páginas de las aventuras de Sandokan, también le tocó su turno a Verne, y años, algunos años después cuando nosotros aprendimos a leer mi madre ya no nos leía a la hora de la comida, ni en la sobre mesa, ya cada quien lo hacía por su lado a cualquier hora del día que hubiera tiempo, pero eso sí, nada de leer a la hora de la comida, estaba prohibido leer y comer al mismo tiempo, mi madre nos decía que eso era malo para la digestión y que te dejaba loco, así que se leía antes, y después pero nunca durante la comida.

Hago este señalamiento porque cuando mi madre no estaba en casa a esa hora yo sí leía en la mesa, será por eso que dicen que me volví medio loco ya de grande, quizá. Otra fuente que nutría nuestra imaginación de niños fueron los programas de la radio, y sus historias, así como sus cómicos y hasta las radionovelas de aquellas épocas que no eran como las de ahora.

Un espacio muy especial lo tenía también el cine, al que acudíamos con cierta frecuencia principalmente a los matinés de los domingos, es conveniente señalar que cuando yo era niño, pues no había aún televisión en mi tierra Santiago de Querétaro. Las cintas que nos pasaban en el cine eran principalmente de aventuras de vaqueros, o de policías y ladrones, ah y estaban las del Santo, o las de chiste como las películas de Tin-Tan, o del Gordo y El Flaco, el problema de estas cintas, las del Gordo y el Flaco era que estaban habladas en inglés y tenían subtítulos y duraban poco según la gente que no leía muy rápido los letreros de los diálogos y terminaban por no ir, así que las quitaban de cartelera, lástima porque eran buenísimas, nosotros, mis hermanos y yo leíamos rápido por la costumbre de leer que había en casa, pero mis paisanos no leían tan rápido como nosotros y van para afuera de la cartelera estas cintas habladas en inglés.

En la segunda mitad de los años cincuentas las películas del espacio con naves espaciales y astronautas eran ya cosa común e incluso algunas eran a colores, ¡fantástico!, aquello de ver una película a colores era algo bellísimo, hoy es cosa normal antes no, todo el cine que veíamos en las matinés era en blanco y negro, Tin-Tan, Resortes, Cantinflas, Pedro Infante en fin, todo era en blanco y negro, eso sí preciosa fotografía, pero no a colores. Un domingo que no salimos al campo como era más usual en las familias provincianas de Santiago de Querétaro mis hermanos y yo acompañados por nuestros primos, los amigos del colegio y vecinos nos fuimos a la matinée del cine Alameda a ver una película a colores de aventuras en el espacio sideral, fantástico que fuera a colores y del espacio, la parvada de chiquillos nos fuimos en pleno a verla, la película fue alucinante, he incendió la imaginación de todos de manera inmediata apenas llegar y sentarse en la butaca, y apenas salir de la función de cine las mentes infantiles impactadas por las escenas, los atuendos, las naves del espacio, las armas de rayos y las escafandras, o cascos de los trajes de los personajes pues se dieron a imaginar y recrear en vivo aquellas escenas.

Nos atacó a todos una fiebre, un delirio imaginativo e instantáneo, el Jardín Guerrero de mi hermosa ciudad aquel medio día de domingo fue escenario de nuestra primer representación de un juego ambientado en el espacio exterior, la hermosa fuente de canteras rosadas con sus surtidores de agua fue transformada de inmediato en un enorme platillo volador, y hasta el señor de las nieves de los Tres Claveles se convirtió de pronto en una cápsula de escape de los fugitivos que huían de los malos atrincherados detrás de cada laurel de la india, o seto de arbustos y quienes ahí nos ocultábamos lanzábamos rayos de a mentiritas a diestra y siniestra sin importar que por ahí hubiera familias con niños pequeños, el jardín Guerrero se transformó como por encanto en el espacio exterior y los chicharroneros y vendedores de jícamas en naves de una guerra escenificada dentro de nuestras cabezas infantiles, guerra de a mentiritas entre niños excitados por su naciente imaginación y sed de vivir aventuras.

La cosa no paró ahí y llegada la hora de la comida cada quien se fue a su casa, pero entes de separarnos se concertaron planes para seguir la batalla por la tarde, ¿pero en dónde?, el jardín estaría a reventar por la tarde y más por la noche, ya no era un lugar para este tipo de batallas, entonces se propusieron varias alternativas y ganó la de hacerla en mi casa, amplia y espaciosa casa colonial ubicada ahí cerca del jardín de mi ciudad en la calle de Andrés Balvanera No. 27 y no con uno, sino con dos patios hermosos y llenos de sol todo ese espacio para nosotros. ¡Juega, ahí nos vemos!, exclamaron las voces infantiles a coro. ¿A qué hora? Despuecito de las 4. Sugerí yo. ¡Juega! Dijimos todos nuevamente en señal de acuerdo y sudorosos así como excitados de tanto correr y matarnos de a mentiritas con rayos salidos de los dedos de nuestras manos nos fuimos corriendo en distintas direcciones ya nos juntaríamos a las 4 para seguirnos “matando”.

Mis hermanos y yo llegamos a la casa y relatamos a la hora de la comida a mamá, papá, tíos, tías y abuelos aquella película hermosa de naves del espacio, y como era necesario y protocolario pedimos permiso para jugar por la tarde a las aventuras espaciales en la casa con nuestros invitados. Claro que se nos autorizó, sin embargo la única que hizo algunas salvedades fue mi abuelita, quién nos advirtió: ¡Mucho cuidado con mis macetas, no me vayan a romper alguna, no me pisen las flores de los prados por favor!, etc., etc. De todos modos en una guerra siempre había bajas, y eso era inevitable.

Después de la comida y mientras todos dormían la siesta en casa, yo acompañado por mi perro deambulábamos por la casa silenciosa y adormecida por la tibieza del sol del atardecer y una rica comida. Mi imaginación de niño buscaba afanoso en el cuarto de los triques elementos para confeccionarme un disfraz de guerrero del espacio, lo más importante era procurarme algo que sirviera como una arma de rayos, y lo encontré un fierro enmohecido antes pestillo o pasador de una puerta vieja, en forma de “L”, parecía una temible arma de rayos desintegradores, quedé no obstante este hallazgo no del todo satisfecho, yo quería más, anhelaba tener un disfraz, pero con tan poco tiempo, ¿y de dónde obtener la ropa, los accesorios, en fin?, las imágenes de la película matinal me perseguían, salí del cuarto de los triques siempre acompañado por el perro me encaminé al segundo patio para probar mi recién adquirida “arma de rayos”, caminé por ahí apuntando a las cosas con mi arma imaginaria, probándola y sintiendo su potencia de fuego y con sonidos salidos de mi boca hacía: ¡Zum!, ¡Saz!, ¡Fuzz..!, y con mi boca fingía el ruido imaginario de la salida de los terribles rayos de aquella arma que sembraría el pánico entre mis amiguitos y hermanos, cuando la vi, sí ahí bajo del boiler de leña había una caja de cartón entre los palos y combustibles para calentar el agua para bañarnos, ¡era perfecta!, sí.

Me acerqué y comprobé que aquella caja de cartón me cabía perfectamente en la cabeza, ¡sería mi escafandra!, sonreí pícaramente para mí mientras sostenía la caja entre mis manos con codicia, pero claro que la caja necesita de unos cuantos arreglos como una abertura para ver, y listo. Corrí a hurgar en los cajones de la máquina de coser de mi abuelita, hallé las tijeras y regresé al lugar donde siempre hacía de mi escondrijo, detrás del enorme árbol de laurel del primer patio, ahí confeccioné con sumo cuidado mi escafandra de cartón y a la caja de cartón le abrí unos hoyos a la altura de mis ojos, me la puse, pero no fue suficiente, entonces corrí con mi caja y las tijeras al recibidor de la casa y ahí ante el enorme espejo donde mi madre y mis tías se checaban su atuendo antes de salir a la calle me puse mi caja sobre la cabeza y decidí hacerle una rendija de forma rectangular a la altura de mis ojos en vez de dos hoyos, quedó muy bien y por ahí si podía ver un poco mejor, regresé a mi escondrijo, guardé mis dos tesoros, el pasados de hierro convertido en arma de rayos, y la caja de cartón ya transformada en una escafandra del espacio, me fui a mi recámara, tomé uno de mis libros de aventuras me trepé en mi cama y nada más hojeándola esperé a que dieran las 4 de la tarde para que empezaran a llegar mis amigos a jugar para darles la sorpresa, ¡sería el único con traje y arma del espacio!

Los invitados a esta “guerrita” de a mentiritas llegaron muy puntuales a la cita, y empezó aquello de ponerse de acuerdo, ¿qué quienes serían los buenos, qué quienes serían los malos, que la pila sería una nave, que aquel prado la base de unos o de otros, que el segundo patio sería el espacio más lejano, que si el laurel sería qué, qué si el perro también jugaba?, en fin; yo esperé hasta el final de los preparativos de ponernos de acuerdo y demás detalles previos a la “guerra” para sacar mis cosas de mi escondrijo, y vaya sorpresa y envidia que causaron aquellas dos cosas y su impacto en todos, mi hermano mayor dijo cuando me vio disfrazado así. “Eso es trampa, nadie más lleva escafandra, ni arma de rayos, que las deje”. – no - respondí enfático y de inmediato me defendí a mí y mis armas y alegué.

-Que cada quien busque lo que se le de la gana para jugar, tu estabas dormido mientras yo buscaba mis cosas para jugar… -¿A ver?

Dijo otro. -¿Dónde hay más cajas como esa?

Pues no había más cajas que la que yo traía, total que la parvada de chiquillos se volcó en el cuarto de los triques y saqueó de fierros las cajas de madera que contenían el arsenal de aquellas armas imaginarias, y finalmente dio comienzo la “guerra del espacio” en aquella hermosa casa colonial convertida en escenario de una batalla sideral.

Pero algo andaba mal con mi atuendo, el casco o escafandra era muy apantallante sí pero me dejaba ver de manera limitada a los lados y para abajo, así varias veces me fui de bruces por no ver por donde pisaba, así que con todo y su efecto como disfraz que me quito la caja de cartón de mi cabeza, no me dejaba ver bien y punto, por lo tanto no gozaba igual del juego y va para afuera.

-¿Me prestas el casco?- De inmediato me dijo uno de mis amigos. -Claro -le dije-. E igual se cayó un montón de veces, o chocaba con todo a sus lados. La “batalla” se desarrollo sin más incidentes que dos macetas rotas y algunos geranios tronchados, la caja de cartón o casco del espacio fue a parar a donde estaba desde que la vi, a las leña y cosas para atizar el baño.

Muchas cosas he imaginado desde que era niño y luego de recrearlas en mi cabeza hasta las he escrito como cuentos, la infancia es la etapa que deja las mejores ideas imaginativas y fantásticas que después de joven y ya grande haces realidad o no, realidad o imaginación, fantasía o ciencia ficción de cartón, niñez delirante que te abre la mente a la imaginación, y porqué no hasta a tu creatividad.

Hoy a los 60 años padezco de glaucoma, una enfermedad que de no detectarse a tiempo como casi siempre pasa, te va cerrando la vista periférica, te afecta el nervio óptico y termina por dejarte ciego.

Este mal me ha traído recuerdos de mis juegos de infancia de aquella ocasión en que me quité la caja de cartón porque no me dejaba ver bien, con la caja de cartón de mi niñez en mi cabeza veía por la apertura en forma de rendija y era molesto y peligroso, hoy es igual y veo como por una rendija en mi único ojo sano, el otro ya lo perdí, sí, resulta cruel de decir, pero resulta que hoy a mis 60 años ya no puedo hacerle como cuando fui niño y me la quite de encima la caja de cartón y esta fue a parar al fuego, hoy desgraciadamente traigo por siempre puesta ésta “caja de cartón” sobre mi cabeza, que me deja ver la vida como por una rendija, y esto ahora ya no es juego, ni aventuras imaginativas, es la realidad.

Afortunadamente aún conservo, eso sí, mi imaginación sana y un deseo más allá de la ciencia ficción por decir a los demás que sí, que me estoy quedando ciego, pero veo con los ojos de la imaginación y de mi alma de niño que aún conservo.

Después de leer esta historia que es real y no de ciencia ficción, separemos una de la otra y queda un hecho real, que el cuidado de la vista es muy importante, hay que acudir al oftalmólogo para que revise adecuadamente tus ojos y su funcionamiento, no solo si ve uno bien las letras del cartel que nos ponen al frente, es importante que se mida la presión intraocular, más aún si uno tiene más de cuarenta años y antecedentes de esta enfermedad en la familia, el glaucoma es la segunda causa de ceguera en el país, y lo cruel es que sí es controlable, solo si se detecta a tiempo. ¡Ah!, y es muy importante que sea un médico calificado oftalmólogo quien te revise mínimo una vez al año, la vista no es cosa de juego.

Esta historia la escribo yo Carlos A. Mendoza Ugalde y se la dedico a la Dra. Magdalena (Magdita) García Huerta mi paisana, queretana de San Juan del Río quien me devolvió la visón parcialmente en uno de mis dos ojos, así como las ganas por seguir escribiendoy cuando ya no se pueda quizá dictando. La Dra. Magdita es parte del cuerpo médico del área de glaucoma del Hospital Dr. Luis Sánchez Bulnes de la Asociación para Evitar la Ceguera en México en el año.

* Un servidor: Carlos Alberto Mendoza Ugalde. Escritor queretano, quien obtuvo el “Premio Nacional de Literatura: Salvador Azuela” 1997 del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, así como el 2° Lugar Nacional del Concurso de Literatura: “Papeles de Familia” que organizó CONACULTA en el año 1992. Periodista y cuentista Queretano y Poblano a la vez ya que radica en San Martín Texmelucan, Puebla desde el año 1978.

Buscando respuestas para sus dudas un enamorado acudió a los adivinadores del futuro, quería saber si sería feliz o no con su amada, el miedo y la inseguridad tan propias de los asuntos del corazón llenaban su pecho.

La mujer que le leería las cartas le dijo, hoy no es buen día para que te “eche” la suerte y yo lea con seguridad lo que te deparan tu futuro y el de tu amada ven mañana, al día siguiente acudió, pero no con la de las cartas, sino a que le leyeran el café, la mujer que se lo leería le dijo; ¿has probado alguna ves éste café, porque es muy fuerte?, ¡ah!, pero habrás de tomártelo todo, en el asiento que deje el café en la taza seguro que leeré tu suerte, tu destino y tu futuro.

Pero al probar aquella bebida tan fuerte y espesa desistió, le dijo a la adivina; “no, si ver mi futuro es tan amargo como esto que ahora tomo me niego a beber, mejor no deseo saberlo”. Así continuó por varios días en esta desazón del corazón tan propias de aquellos que están enamorados y les cuesta aceptarlo, tan rara y difícil de aceptar es esta situación para algunos que les asalta un miedo que poco después se convierte en pánico y necesitan saber por medios ajenos, ¿qué les está pasando?, muy sencillo, están enamorados y no más, pero eso no es fácil de aceptar, el amor da miedo por ser un sentimiento intenso que te hace sentir muy vivo, y eso de sentir y sentirte es peligroso ya que para muchos los hace sentirse como locos, desvalidos o vulnerables.

Este hombre no dejaba de ver y mirar a su amada, una hermosa morena de pelo de rizos naturales y esbelto talle, de caminar sinuoso que le llenaba de gozo de tan solo verla aparecer a lo lejos.

Un día supo por consejo de un amigo que lo más acertado para saber el futuro, y conocer del amor era ir a que le leyeran las líneas de la mano. Esa misma tarde se dirigió a donde le habían dicho que vivía aquella adivina que leía las líneas de la mano, resultó ser una vieja alcohólica de tez arrugada y aliento de taberna. Él se presentó ante ella y le dijo:

“¿Quiero saber mi futuro, si me aman verdaderamente, seré correspondido, me irá bien con la mujer que amo…?”

Una catarata de preguntas le hacía a la vieja que le veía con atención la mano derecha mientras que la de ella sostenía la que leía y se veía la mano del enamorado como cuando alguien pone su mano para dar algo al que está enfrente.

La vieja le auguró muchos problemas, muchos sinsabores detrás de esa relación, que sería mejor dejar de lado, él se abatió de inmediato y se dejó llevar por aquellas premoniciones terribles de la vieja y perdió toda confianza en él, su amada y su mutuo amor, y hasta llegaron a discutir del tema juntos, él le decía a aquella hermosa mujer llena de amor por él, “La vieja que me ha leído la palma de la mano me ha augurado desastres y terribles problemas de hacer vida juntos, nuestras familias no son compatibles, ella me ha dicho todo eso…” Y ella todo amor en sus ojos negros y profundos le dijo: “¿Y tu le crees?” Él con firmeza dijo. “Bueno es que a mi me han dicho que ella es muy acertada, que jamás se equivoca”. Y tomándole la mano a la bella joven, él le explicó el significado de cada línea de la mano de ella y le dijo: “Mira, ésta es la línea del amor, y ésta de por acá la del corazón, y ésta la de la fortuna…”

Ella retiró su mano para con la misma tocarle con suavidad la cara y mirándole de frente le sonrió con aquella sonrisa cautivadora que solo expresan las mujeres cuando están enamoradas, y le dijo: “No, yo creo que no hay línea suficientemente grande y gruesa que exprese en mi mano mi enorme amor por ti.” Pero no la escuchó y él se quedó con la idea de las líneas de su mano, y dejó de lado los sentimientos de ambos ahí expresados por su amada.

Pasaron los días y ellos se disgustaron por algo que él dijo y que había herido los sentimientos de ella, mucho dolor había entre ambos, más que amor como antaño, parecía no haber perdón alguno para poder reunir aquella pareja una vez más y, el alejamiento se veía venir para como en el caso del fruto de los amores intensos matar y abortar el producto de aquellos bellos sentimientos y no dejarlos, ni nacer, ni crecer. Locura y absurdo, ¿así cómo saber que sería fracaso o éxito su relación si no daban a luz ese amor?

Él, abatido se dio de nuevo a adivinar el porqué de aquella tragedia que se dejaba venir sobre de ambos y que según él se hallaba escrito en la palma de su mano, así un día estando sólo y muy triste por no saber cómo resolver su problema para con su amada se volvió a ver la mano y le exploró nuevamente las líneas e intentó recordar los significados que la vieja alcohólica le dijera de cada una de ellas, pero no halló consuelo, ni respuestas ahí ya que solo veía arrugas y pliegues delimitados estrechamente por la palma de su mano, alzó la cabeza y recordó con dulzura que en ese mismo lugar ella, su amada había estado con él, recreó en su mente la línea perfecta del perfil recortado de su cara, la delicada protuberancia de los labios tan amados, la forma de su nariz y de las líneas perfectas del arco de sus cejas, las líneas de su frente estrecha calzada de finos rizos, de los rizos mismos cayendo como cascada de azabache a los lados de aquella cara, vio con nitidez en su imaginación las líneas delicado de su busto y talle de su amada, las líneas suaves de sus caderas, y la singularidad de las líneas de sus bien contorneadas piernas y brazos, las líneas de sus brazos como solo las mujeres los tienen armónicamente saliendo de la redondez de los hombros, caían paralelos y en ángulo perfecto al talle, ya no dudó más, éstas eran las líneas que le daban las respuestas a sus dudas y la verdad, él la amaba a ella, lo había descubierto no en las arrugas de la palma de su mano, lo había descubierto al ver con ojos de hombre enamorado las líneas suaves del cuerpo de su amada.

Quizá este sea un final feliz y no triste para ésta y muchas historias más de parejas, lo dejo abierto a la imaginación del lector, o lectora, lo trágico sería que ella no viera lo mismo que él así veía en ella y viendo su líneas duras e hirsutas de hombre le perdonara lo que había dicho y herido a ella. ¡Oh!, divina y sencilla realidad que nos abre por instantes una rendijita de la niebla de la locura para saber ver la simpleza de la vida, que vence a la soberbia y subsana los errores más tremendos solo con mirar la delicadeza de las líneas delicadas, por eso yo creo que ver es el bien más preciado, más no solo mirar, sino ver con amor ya que mirar no basta, más difícil es mirarnos por dentro con humildad para sentirnos y reconocernos sabiéndonos amados.

Una vez fui invitado a cenar a la casa de un amigo recién casado, su departamento estaba ubicado en el cuarto piso de un edificio, llegué a buena hora yo solo, o bueno ni tanto llevé una botella de vino rojo ya que según Max, como así se llamaba mi cuate de aquella cena que relataré prepararía una carne al horno bañada en brandy que según él sabía de rechupete, así que, qué mejor que vino rojo.

Su esposa me recibió muy contenta ella era más joven que Max; Max que no era diminutivo de Maximino, o algo así él se llamaba así Max, y sé apellidaba Montero era un economista connotado que trabajaba para una firma consultora, Max había estado casado alguna vez años atrás pero con malos resultados, no tuvo hijos y se separó de su primera esposa, y después de muchos años de soltería se había vuelto a casar y era él y su joven esposa una pareja feliz.

Max era dueño de dos departamentos en la ciudad de México hacía ya tiempo, uno pequeño en el que ahora vivían y uno grande y hermoso que rentaba, ambos departamentos estaban en la colonia Narvarte de la ciudad de México, Max me había explicado que estaba esperando a que se cumpliera el contrato del departamento grande para mudarse para allá, para luego rentar el pequeño donde vivían ahora, Max era de tez blanca de unos 48 años de pelo ligeramente claro, no rubio, de estatura regular y cara amable; ella por cierto se llamaba Rosita era morena clara, bajita y de pelo negro muy bella y desde luego que estaba muy enamorada de su marido no obstante las diferencias de edad, ella decía cuando alguien llamaba la atención por esta diferencia, o hacia algún comentario: “El amor no tiene edad, nace a diario”.

Max era una persona de carácter alegre y Rosita igual, reían de todo y de nada, en cuanto llegué a su casa y Rosita me hizo pasar él salió de la cocina muy sonriente dejó de lado una bandeja metálica que contenía un gran trozo de carne olorosa a brandy para saludarme con un caluroso y fuerte abrazo, él llevaba puesto un delantal color verde con tirantes de olanes blancos, yo me reí de su atuendo a lo que él me dijo. “Lo hice a propósito canijo Charly sabía que te ibas a pitorríar de mi delantal.”

Dejamos de reírnos después de que se quitó el dichoso delantal verde, yo no podía dejar de reírme de solo verlo, así que para poder charlar y degustar una copa de vino rojo se lo quitó para de inmediato ir por el destapa corchos y luego de descorchar la botella los tres sentados en la sala nos dispusimos a tomar vino y charlar comiendo galletitas con angulas, jamón del diablo y demás botanas que Rosita complaciente nos proporcionaba, pero llegó la hora de que Max volviera a la preparación de la famosísima carne horneada al brandy, así que mi amigo se levantó de su sillón y sin más dijo: “Pues el “pinche” de esta casa se va a hacerla de Cheff, no tardo, ya se marinó bastante la carne en brandy y nada más falta que le ponga las yerbas de olor, la meto al horno, que ya está bien caliente y en 15 minutos, o 20 a comer esta delicia.”

Max se enjaretó de nuevo su delantal de la hilaridad instantánea pero ahora solo me arrancó sonrisas el ataque de risa de hacía rato había quedado atrás, además después de más de media botella de vino rojo los tres andábamos ya “medio alegres”, Max salió de la cocina con unos frasquitos de especias a terminar de preparar la carne, lo hacía sobre la mesa de su casa y así podía seguir la charla ya que escuchó como Rosita y yo nos reíamos alegremente mientras él estaba dentro de la cocina, al salir muy sonriente nos dijo. “A ver cuéntenme el chiste, no sean canijos”, y yo empecé a recontar el chiste que nos había hecho reír a Rosita y a mí, le dije; “verás era una loro que llegó a una casa y…” en eso Rosita se levantó y acercándose a Max le dijo al oído algo, yo seguí contando mi chiste Max no me quitaba la mirada de encima mientras regaba generoso condimentos a su guiso y los untaba con las manos, Rosita llegó con un cuchillo eléctrico nuevecito que sacó de su caja, Max seguía mi relato con la vista atenta a mis gestos y ademanes con la cara sonriente, se escuchó el zumbido del cuchillo eléctrico que llevaba en la mano Rosita que lo probaba, lo apagó y sé lo dio a su esposo que tenía las manos empapadas de brandy, aceite y no sé que tantos más ingredientes que mezclaba en aquella palangana metálica donde estaba un trozo enorme de carne, con un ademán de su mano y sin hablar Rosita le indicó a Max que partiera o trozara la carne en rebanadas con el cuchillo aquel, pero Max seguía más atento a mi relato que a las indicaciones de su esposa, Max encendió el cuchillo que zumbó y bajando la mirada a la carne empezó los cortes, pero de inmediato escuché un grito que me hizo interrumpir mi relato chistoso, Max se había cortado con el cuchillo eléctrico. “¡Ay!, sé me resbaló esta cosa, y ya me corté bien feo.” Dijo él, la sangre de su mano izquierda goteaba sobre la bandeja de la carne, Rosita que ya venía a sentarse a mi lado se espantó y de un salto volvió junto a su marido para auxiliarlo, yo salí igualmente catapultado a ver qué pasaba, Max daba de brincos y pegaba de gritos finalmente dejó que le viéramos la herida que se había hecho en la mano, en dos de sus dedos tenía dos heridas profundas se veían claramente, de inmediato Rosita se llevó a Max al cuarto de baño para limpiar la herida e intentar curarlo, yo me quedé muy apenado y no sabía que hacer, vi la botella de brandy sobre la mesa y p’al susto me chuté un trago ya Max le había vaciado más de la mitad a la bandeja de la carne que ahora estaba roja por su sangre, vi esto y me empujé un segundo trago “a pico de botella”, escuchando como Max gritaba de dolor, la voz de Rosita se escuchaba diciendo: “Aguántate Max no seas miedoso, ¿o quieres que te lleve al hospital para que te vean y te curen?” Max contestó. “No, no, pero no me pongas más alcohol que arde mucho, no la friegues que no soy de fierro”. Ella le decía. “Es que tienes mucha grasa y cosas de tu guiso ahí metidas te estoy limpiando la herida, aguántate.” Max insistía. “Pues échale agua no me friegues con el alcohol.”

Total que después de un ratito salió primero Rosita, que se metió a la recámara y luego Max muy compungido con la mano vendada en alto, pero él siempre ha sido un hombre con un muy buen sentido del humor y lo primero que me dijo sonriente fue. “¿A ver ahora sí termina de contarme el chiste ese?” Yo le respondí. “Está bien, pero ¿de verdad te sientes bien?” Sí. Me contestó Max, pero al ver la bandeja de la carne y demás revoltura sobre la mesa se volvió y me dijo. “Namás pérame tantito que voy a limpiar esto y le seguimos, ¿a ver ahora qué cenamos?, pérame Charly ahorita vuelvo.” Max tomó el cacharro aquel con la carne nadando en brandy y su sangre y se metió al baño de nuevo, cerró la puerta y yo me fui a sentar a la salita, como era un departamento chiquito todo estaba cerca, me serví más vino y me chuté dos o tres galletitas de angulas, una de boquerones y otra de pulpos, cuando escuché un sonido raro que venía del baño y luego un grito de Max, seguido de un golpe seco, corrí a la puerta del baño pero ya Rosita me había ganado la delantera, ella abrió la puerta y se escuchó otro golpe y nuevo grito de Max. “¡Ay!” Ella volteó a mirarme con cara de espanto, me dijo. “Creo que se desmayó”. Yo le respondí de inmediato. “No, cómo crees, está gritando, no está desmayado”. Ella me dijo. “Pero está tirado en el suelo y al abrir la puerta creo que le pegué en la cabeza”. Yo de ágil mental sugerí. “Pues dile que se haga para un lado para entrar y vemos qué le pasó.” Rosita me hizo caso y le dio instrucciones a su marido. “Max hazte para un lado para poder entrar.” Se escuchó la voz de él diciendo. “Sí, nada más que pueda apoyarme, es que con una sola mano no puedo, pero que no entre Charly, nada más tu, es que me pegaste en la cabeza con la puerta y me descalabraste.”

Rosita angustiada le responde. “Sí mi amor sí, pero arrímate para un lado para poder entrar, rueda o algo así, ¿y porqué te caíste?” Max entre risas y dolor contenidos dijo. “Ahorita te explico, pero entra tu solita –y añadió- no van a creer lo que me pasó, pero Charly vete a la sala por favor.” Yo intrigado le dije que sí y me fui de ahí con rapidez la verdad no me explicaba qué había pasado, aún más porque Max se reía y se quejaba ahí dentro al mismo tiempo, en fin que ya en la salita pues me serví más vino, pero alargaba el pescuezo para ver a qué hora salían del baño y que me explicaran lo que había pasado.

El tiempo pasaba y nada que salían del cuarto de baño ni Rosita, ni Max, ¿qué pasaba ahí dentro, no sabía? En eso Rosita salió y entre risas y preocupaciones me pidió un favor. “Charly irías a la farmacia que está aquí a la vuelta sobre la calle de Amores y me compras un Picrato.” Yo de inmediato me ofrecía a ir. Rosita fue por su bolso para darme dinero, yo me adelanté y le dije. “Sí, y no, no me des dinero yo lo compro, ahora vuelvo.”

Y me salí presuroso por ese ungüento que sirve para curar quemaduras casi de inmediato ya estaba yo de regreso en el departamento de Max luego de subir a la carrera las escaleras de los 4 pisos, llegué jadeante a la puerta Rosita me abrió y de inmediato se metió a la recámara luego de darme las gracias, yo volví a la sala y me serví lo que restaba de la botella de vino rojo y le ataqué a las galletitas, Rosita salió al poco rato y me dijo. “Max dice que ya puedes pasar, él te va a poner al tanto de lo que le pasó, ya llamé a una ambulancia, están por llegar, lo siento Charly pero la cena se suspende.”

Era obvio, sí y no objeté nada. “No, no importa, ¿pero qué le pasó a Max?” Rosita se echó a reír y me dejó el paso libre a la recámara donde yacía Max sobre su cama boca abajo con las nalgas al aire rojas y amarillas como las de un mandril, yo me reí de inmediato y Max sin decoro alguno me dijo: “Ríete pinche Charly, ríete que lo que me pasó es de risa, mira te cuento: pues te fijaste que cuando escuchaba tu chiste y empecé a limpiar la mesa, pues que me dan ganas de hacer del “2”, entonces te dije, ahorita vengo y me metí al baño, pero me llevé la palangana con la carne, pensé, hecho el caldo este por el excusado de una buena vez porque estaba lleno de sangre, y así lo hice mano, que entro y que echo en la tasa del excusado todo menos la carne, luego me bajé los pantalones y me senté, pero me dieron ganas de fumarme un cigarrito, ya vez la costumbre, lo encendí y que echo el cerillo aún prendido en la tasa y ¡bum! que se prende el brandy y que me quemo las nalgas, yo me espanté por el ruido y más por el dolor de la quemada y que me levanto de un brinco pero me manié las patas con los pantalones y me caí, ah y no solo me caí también me pegué un buen golpe al azotar en el piso, pero también me pegué en la pared del baño en la cabeza, ya ves que está chiquito ahí y ni cómo meter las manos la izquierda la traigo lastimada y la otra con el cigarro y que llega Rosita pero al abrir la puerta con el filo me pegó en la cabeza y que me hace otro chipote, pero este sí me descalabró, mira –y me enseñó sus chipotes-; ya te imaginas cómo estaba yo, ahí tirado en el suelo boca abajo con las nalgas quemadas al aire con dos chipotes en la cabeza, con mi mandil verde y una mano vendada que me dolía, y yo no quería que me vieras así, no podía ni darme la vuelta; pero ahora ya me da igual, veme y búrlate.”

No Max cómo crees, mira nada más todo lo que te pasó, pero es que… Y que me entra un ataque de risa y me tuve que salir de la recámara de Max porque no me aguantaba la risa, Rosita afuera hacía lo mismo, Max desde dentro se solidarizó y también reía a carcajadas. Pues en eso estábamos cuando llegan los de la ambulancia así como son ellos que todo lo hacen de prisa subieron a Max en una camilla boca abajo, claro le pusieron una sábana encima, no hicieron muchas preguntas Rosita solo les dijo escuetamente. “Se quemó…, ahí.” Y ya.

Cuatro pisos hubieron de bajar los camilleros con no pocas dificultades llevando a Max sobre la camilla, uno de ellos le preguntó que cómo se había quemado ahí, y entonces Max les explicó lo que le había pasado y que les da un ataque de risa tan fuerte a los camilleros que se les fue la fuerza y que lo dejan caer por las escaleras él ni las manos metió y sé rompió una clavícula, además de hacerse otro chichón en la cabeza, al llegar a la calle Max iba en un grito cuando lo metieron a la ambulancia, yo me despedí de su esposa y trepándome en mi carro me fui para mi casa, en verdad no sabía si reír, o lamentar la mala suerte de Max, lo que sí sé es que como aquella “cena”, que ni hubo cena con Max y su esposa jamás he presenciado nada tan tragicómico como eso, nada, pero nada igual, ¡ah!, pero, esta historia no es fantasía, es real y sí pasó.

Esta historia jamás la había escrito, solo la había platicado ahora lo hago para que también sea tuya y te rías de lo que le pasó a Max.

En junio del año de 1957 muere mi abuelo Adal en su casa de la ciudad de México pocos días después ocurre un terremoto que tumba “el Ángel” de la Independencia de su columna, ah, igual ese mismo años nace mi hermano Adal, nada raro que llevara el mismo nombre que mi abuelo, también mi familia sale de Santiago de Querétaro a finales de ese mismo año hacía la ciudad de México, así que ese año del 57 nos marcó por todas partes como familia, a mí en lo particular porque fui desarraigado de mi ciudad natal, de mi escuela, de mí casa, de mi mundo infantil y de mi perro.

La ciudad de México fue para mí difícil pero aleccionadora, rudo cambio y suave entronización al mundo del arte y la cultura en la gran ciudad de la mano de mi padre y de mis tíos. Años después de aquel año 57 estaba yo haciendo compañía a mi padre en casa de mi abuelo, ahora de mi abuela como era costumbre fueron llegando sus hermanos, Humberto el mayor y papá de “Ceci” mi prima “regia”, un poco después llegó mi tío Adalberto el menor de todos ellos; y que se corre la voz de que en esos días habían re inaugurado la Columna de la Independencia y trepado de nuevo a “el Ángel”, total que mis tíos y mi padre se pusieron de acuerdo y salimos a ver cómo había quedado el monumento, yo no lo conocía y me animé mucho ya que desde hacía mucho tiempo se hablaba con insistencia de él, además para cuando yo llegué a la ciudad ya estaba derribado y en reparación, después de una breve charla en la que los hermanos se pusieran de acuerdo nos trasladamos mi padre, mis dos tíos y yo abordo de el “Chivo” hacia el Paseo de la Reforma, el “Chivo” fue el último auto de mi abuelo era un carro hermoso marca Chevrolet, de ahí su apodo, de colores verde botella y negro, amplio y de apariencia enorme con su visera por encima del parabrisas, llantas “cara blanca” y tapones cromados como espejos.

Llegamos por las inmediaciones del monumento dejamos el auto por ahí y a pié nos dirigimos al Paseo de la Reforma y ahí estaba aquella enorme columna de color blanco con su base llena de estatuas y con esa figura alada dorada y refulgente en el remate de la misma, he de hacer notar que en esas épocas a este monumento también se le conocía como la Columna de la Independencia, yo creo que fue a raíz de que se vino a tierra la estatua del remate por el temblor del 57 que cobró popularidad lo de llamarla “el ángel”, porque así la llamaron popularmente en los titulares los periódicos de la ciudad de México, decían en sus titulares: “Se cayó el ángel”, y no el terremoto tumbó la estatua del remate de la columna de la Independencia, por ejemplo, ahora que quizá si la columna se hubiera venido a tierra con todo y la efigie de su remate, quizá y le dijéramos ahora “la columna” y no “el ángel”.

Nosotros ese día que les narro desde la orilla de la acera que da de frente al monumento lo admirábamos, yo como buen chamaco le hacía a mí padre muchas preguntas, así como a mi tío Humberto, he hice la siguiente: “¿Papá, papá, porqué le dicen el ángel si es mujer, mira hasta tiene tetas?” Mi padre se quedó viendo confundido alternativamente a la estatua y a mí y no supo que decir, luego de encogerse de hombros, solo dijo: “No sé.” Mi tío Humberto más práctico me respondió. “Anda ve a preguntárselo a tu tío Beto él ha de saber porqué, él vivió muchos años en Europa y sabe de muchas cosas, anda ve y pregúntale a él.” Para esto mi tío Beto –Adalberto- sacaba fotos del monumento un poco más lejos de donde estábamos nosotros, así que corrí hacia él y a grito pelón le pregunté. “¡Tío Beto!, ¿porqué le dicen el ángel si es mujer?” Mí tío se quitó su cámara de la cara y me respondió de inmediato muy sonriente. “¿Que por qué le dicen ángel?, no sé, quien sabe, pero esa estatua no es un ángel, es una diosa Nike, o Victoria Alada, es la diosa griega de la victoria.”

Desde ese día yo supe que “el ángel” no es ningún ángel gracias a la explicación de uno de los hermanos de mi padre, pero en este país poco o nada sabemos de la cultura griega, o de otras culturas y hasta de la nuestra, ya que ignoramos hasta el significado del porqué está esa efigie en el remate de la columna que simboliza nuestra Independencia Nacional y no la figura de una águila mexicana por ejemplo, ya que éste monumento se hizo en la época de don Porfirio Díaz hace ya casi 100 años atrás como parte de la conmemoración de los festejos del centenario de la Independencia de México en 1910.

Aquellas reflexiones que como niño me hice fueron gracias a que yo venía de una ciudad hermosa llena de iglesias barrocas como lo es mi ciudad natal Santiago de Querétaro en donde había visto muchísimas imágenes de ángeles y pues la de la columna no concordaba con aquellas, ¿a ver y todo por andar de preguntón?, bueno, de preguntón sí pero para obtener respuestas de quien sí sabe, de haber sido mi tío un ignorante me hubiera dicho como la mayoría de los mexicanos ahora dicen: “es un ángel”, pero la verdad es que en el remate de esa columna no hay ningún ángel, lo que si hay en este país es mucha, pero mucha ignorancia.