Me gustaría conocer la ciudad primero antes de que me lleves a visitar a la familia o a tus amigos. Dijo la pequeña Lola a su abuela estando aún deshaciendo las maletas luego de un viaje de más de 10 horas que las llevara de América a Europa.

Habían salido de la ciudad de México a eso de las 12 de la noche y ahora en Madrid eran las 6 de la tarde del mes de julio, de un día cualquiera del verano madrileño. No, estamos aquí en Madrid para trabajar, no para pasear. Fue la respuesta enérgica de la abuela que colgaba vestidos en un armario.

La niña que había cumplido 13 años apenas el mes de mayo de ese mismo año se quejó con un mohín y aventó sobre la cama algunas prendas de ropa que llevaba en su regazo. Lolita, tu no me entiendes, pero solo estaremos en Madrid por una semana, luego nos iremos tal vez a Córdoba y luego a Sevilla que ya verás te va a gustar mucho, de ahí ya veremos, no hay más plan que ese. Pues de perdida quiero conocer la puerta de Alcalá, caminar por la Castellana e ir a la Plaza Mayor, y a la Puerta del Sol y... Ya basta. Mira que tu tía Leonor nos ha prestado su casa solo parque ella y su familia andan de veraneo por Barcelona, que sino, ni para un hotel decente me hubiera alcanzado el dinero que hemos traído.

Tu tienes dinero abuela, yo lo sé. Dijo la niña en tono festivo y burlón poniendo carita de pícara. La vieja solo la miró por encima de sus gafas también viejas como ella y ordenó. Anda báñate y luego a cenar, que mañana iremos de visita con el señor Fuenleal.

Al día siguiente se fueron a buena hora al barrio de Atocha, se encumbraron por una empinada calle del mismo nombre y dieron un vuelco en una de sus esquinas, ahí cerca de la vendimia callejera de la calle en rampa se paró la vieja y checó el número de un edificio antiguo arrugando los párpados y entornando la vista detrás de sus gafas de carey. Aquí es. Dijo secamente y subieron por la escalera que dejaba ver la penumbra de un pórtico que olía a rancio de tan viejo.

El edificio ocre de baranda de hierro y pasamanos de madera, peldaños del mismo material que crujían a cada paso de la vieja y la niña. Tengo sueño abuela, aún no me adapto a este horario. Cállate, siempre te estás quejando de todo, menos para lo que es diversión. Subieron dos tramos de escalera y llegaron frente de la puerta marcada con el número 3, la vieja tocó con su mano huesuda y salpicada de pecas. Abuela, porqué no usas el timbre, mira aquí está. Y la niña pulsó con firmeza el botón de latón amarillo adosado al marco de madera de la puerta. ¡Ya, ya, que no hemos venido a cobrar la renta, niña!

Un instante después del sonido del timbre se escucho ruido de pasos sobre un piso de duela que crujía bajo el peso de alguien, luego el ruido metálico de los cerrojos al descorrerse, ante el umbral de la puerta se recortó la figura de un hombre de unos 60 años alto y moreno de pelo muy blanco y cejas negras y pobladas, del interior llegó un fuerte olor a tabaco de pipa quemado.

Los ojos negros del que abría la puerta se clavaron alternativamente en las dos mujeres, y exclamó. Vaya, que si es Lola Ugarte en persona. Exclamó con una profunda voz de tenor el hombre del cabello blanco. Acto seguido tomó de la mano a la vieja, pero no con el saludo tradicional, le tomó la mano izquierda con su mano derecha pero por encima y así la dejó mientras le sostenía la mirada, luego se volvió hacia la niña y preguntó. ¿Y, esta niña es... Lola, tu nieta? Sí, te la he traído para que la conozcas en persona.

Bienvenida. Dijo el hombre y también sujetó a la niña por encima de la mano con su mano izquierda, que sujetó la mano derecha de la niña, así mantuvo sujetas suavemente a las dos mujeres por unos instantes mirándolas alternativamente con sus profundos ojos negros, la vieja alargó su mano lateralmente y sujetó a su nieta cerrando así el triángulo entre los tres. Solo un instante y la niña ya no supo más de sí hasta que se despertó en su cama, bueno, una de las camas de la casa de su tía Elvira, habían pasado seis días desde su primer día en Madrid y de su encuentro con el señor Fuenleal, todos esos días los había pasado inconsciente. No se sentía mal, solo con hambre y sed. ¡Abuela! Gritó la niña. La vieja llegó casi de inmediato a la recámara de la niña. Qué bueno que ya te despertaste, haz estado dormida mucho tiempo. ¿Abuela, seguimos en Madrid?, claro que sí, estamos en Madrid, ¿porqué lo preguntas? No sé, es que...¿y qué hago en pijama? Nada malo, ni grave, tu sabes no estás acostumbrada a los viajes largos, el cansancio, el cambio de horario, ¿te acuerdas..? y sufriste un desmayo, afortunadamente el buen señor Fuenleal nos trajo a la casa y además nos ha traído un médico muy bueno, que te ha visto estos días que estuviste dormida, es un problema hallar un médico en Madrid en el verano, todos están fuera, hasta las farmacias están cerradas. ¿Qué me pasó? Insistió la niña con cara de intriga y ciertamente confundida. Nada grave, solo la fatiga del viaje. Tengo hambre dijo la niña y notó que su mano izquierda llevaba un vendaje. ¿Qué es esto abuela? Nada serio hija, solo que hubo necesidad de ponerte suero por lo de tu desmayo y tuviste un derrame, ya ves que no se te encuentran las venas con facilidad. Me duele un poco, ¿está muy feo? No, hija, es solo un morete, ya se te pasará, que bueno que tienes hambre, eso es bueno, ahora te traigo de comer algo.

La vieja salió del cuarto y la niña se examinó el vendaje de su mano palpándolo con los dedos de la mano sana. Luego de comer con muy especial apetito la niña se quedó dormida de nuevo, le habían llevado hígado de res cocinado muy tierno, la niña no le hizo el asco y se lo comió rápidamente, luego de comer la abuela deslizó una inesperada invitación antes de que ella cerrara totalmente los ojos. Que tal y ya que te sientas mejor, damos una vuelta por Madrid, ya que pronto nos vamos a Córdoba...he. Si, abuela. Dijo casi en sueños la niña.

Pero la niña no conoció Madrid de día sino de noche ya que era vista siempre por la estación de ferrocarril de Atocha a eso de las 10 de la noche solicitando se le llevara a su casa porque se hallaba perdida y ella no era española, los buenos samaritanos que se condolían de ella como buenos madrileños nunca llegaban a la casa de la pequeña, según ella explicaba por el rumbo del Santiago Bernabeu, por la embajada de México, por la avenida Perón. Los buenos samaritanos eran encontrados por las inmediaciones del campus de la universidad sin pizca de sangre en las venas, con la cara triste y siempre cerca del lugar se percibía un olor como a rosas.

La pequeña se volvió una leyenda callejera, ahora se le veía por la Plaza Mayor siempre de noche, sola y solicitando ayuda. Ahí la encontró el cura párroco de Mágina don Lucas. Mágina es una pequeña ciudad de Andalucía, metida en la sierra más allá del paso de Despeñaperros, él al verla perdida y desvalida sintió un no sé qué, la tomó de la mano con suavidad accediendo a su petición de llevarla a su casa porque ella había dicho era de México y no conocía Madrid, el párroco de Mágina tampoco conocía muy bien Madrid pero era servicial, además de ser muy alto, flaco y de prominente nariz.

Al sujetar la manecita de la niña notó que la tenía muy fría, también notó un vendaje, el cura se arrodilló para revisarla y ver si tenía una herida, estaban ya en el portal de la Plaza Mayor que da para el poniente, revisó la mano retirando el vendaje y pudo ver que en el dorso había un como tatuaje de color encarnado con la figura de dos ángeles que se veían de frente en posición hincada, uno con las alas plegadas y el otro de alas muy abiertas, el tatuaje parecía fresco y reciente, era casi una herida. ¿Quién te ha hecho esto, pequeña? La niña lo miró con ojos extraños de grandes ojeras y de mirada profunda y solo movió los hombros hacia arriba en señal de negativa al tiempo que inclinaba su cabecita hacia la izquierda.

El cura don Lucas se levantó y como buen cura de pueblo se imaginó que ahí había un secreto, hombre de fe no se atemorizó, recordó que por las inmediaciones había una iglesia y antes que acceder a los ruegos de la niña de llevarla a su casa que era por el rumbo de la universidad, él la llevó a la iglesia. No mucho después de las 10 de la noche hallaron al cura párroco de Mágina a las puertas de la iglesia inconsciente con una herida en el cuello aún fresca, un desgarrón que le hizo perder mucha sangre, en el ambiente había un olor a rosas, el cura se vio grave pero no murió. Luego de su recuperación y del encuentro desafortunado con la niña don Lucas se dio a la tarea de buscarla y no quiso regresar a Mágina de inmediato como la sensatez lo hubiera indicado. Se metió en la búsqueda de la criatura como un loco, se dio a averiguar detalles sobre casos similares y se topó con la leyenda urbana de las apariciones de la niña vampiro mexicana, o niña de la Plaza Mayor que se aparecía ya no solo por ahí, sino por todo Madrid y dejaba secas a las gentes botadas por el rumbo de la universidad, para allá se dirigió don Lucas.

Y se enteró de que en una casa de las inmediaciones de la planta nuclear Juan Vigón había una casa con una estatua en el jardín con dos ángeles hincados y viéndose uno al otro de frente como si fuesen uno solo. Buscó don Lucas por ahí montado en una petardeante motoneta, su desgarbada figura quijotesca se volvió cosa normal por aquellos rumbos, luego largó la motoneta e hizo el camino a pié, finalmente halló el jardín de la estatua aquella y la casa a la que pertenecía.

El cura de Mágina era valiente, era hombre de fe, toco la campanilla de la casa aquella. Acudió a abrir la puerta un hombre viejo de unos sesenta o más años, alto y moreno de pelo blanco y cejas negras y pobladas. El larguirucho párroco don Lucas vestido todo de negro aflautó la voz y se hizo oír jardín y reja de por medio hasta la puerta de la casa donde se recortaba la silueta del hombre moreno.

¡Escuche!, oiga, que me ha llamado mucho la atención su monumento, es decir, la estatua de su jardín, ¡hombre!, usted disculpe. El hombre de la puerta contestó con una profunda voz de tenor -¡No está en venta, adiós! - y cerró. Don Lucas ya no supo que decir, paseó la vista por las ventanas y las paredes de aquella casa cubierta de hiedras, de ventanas cerradas aún en verano. Se dio desde ese día a la vigilancia pertinaz de la casa. Don Lucas mientras estaba en Madrid vivía en la vicaría donde le asistían en comida y vivienda, llevaba un diario del que hemos sacado parte de esta historia, para colmo él, el cura de Mágina amaneció muerto un día por el rumbo de la universidad, en el ambiente flotaba un olor a rosas.

Los curas de la iglesia del sagrado Corazón pusieron el grito en el cielo, a partir de ese día la vigilancia por la Plaza Mayor y las inmediaciones del campus de la universidad se duplicó para tratar de dar con la pequeña vampiresa que había ya hecho tanto daño que hasta un ciervo del señor se había llevado entre sus dientes.

La búsqueda no dio resultados, la Niña de Atocha, de la Plaza Mayor, del Museo del Prado, de la Puerta del Sol, del los puentes del Río Manzanares, en fin, no aparecía ya ni dio luces de su presencia y Madrid durmió después de muchos días con cierta tranquilidad, el verano ya casi llegaba a su fin y las autoridades querían exentar el asunto antes de la llegada de los veraneantes de nuevo a la desangrada y forzadamente desierta ciudad capital.

La hermosa catedral de Sevilla con su torre y su giralda lucían aquella noche cálida como nunca, Héctor Valtierra y su novia Cristina se bajaban de una de las calesas tiradas por caballos que dan un tour por la ciudad, Cristina lo llevó de la mano hacia un rincón cercano al jardín de los naranjos, le gustaba sentirlo cerca de ella, le acarició el mentón rasposo de barba con la mano y se dispuso a darle un beso en la boca..., ¡Me he perdido! Se escuchó llorosa la vocecita de una pequeña que estaba sentada en una banca del mismo parque. Cristina se sobresaltó y se acercó a la pequeña soltado la mano de Héctor. Al día siguiente había dos cadáveres en la morgue, no tenían ni pizca de sangre en las venas, fueron encontrados sobre uno de los puentes que llevan a donde estuvo hace años la Expo Sevilla, cuando los 500 años, en medio de un dulce aroma a rosas.

Sevilla amanecía de luto, tanto Héctor como Cristina eran muy conocidos en la ciudad, de familias prósperas y pudientes, se inició la investigación, la policía se dio a la búsqueda del, o de los responsables de aquellos dos crímenes, las noticias de Madrid y la Niña vampiro cobraron fuerza dentro de las hipótesis de los sabuesos Sevillanos, pero no dieron con nada en claro, los cadáveres se acumularon y cuando llegaron a trece, cesaron, como poema de García Lorca “…voces de muerte cesaron cerca del Guadalquivir”.

Un hombre de elevada estatura, moreno de pelo blanco y contrastante bigote y cejas negras debajo de ellas dos poderosos ojos de mirada oscura llegó a una farmacia del popular barrio de la Macarena, solicitó una loción y varias vendas, pequeñas dijo a la empleada. La dependiente era una gitana de unos 40 años, mujer aún bella y de rasgos finos, se le quedó viendo y mirando, observando como solo los gitanos de ojos claros lo hacen por esas tierras, la gitana no depositó el dinero que le diera el hombre en la caja registradora y puso las monedas sobre los billetes sin tocarlas y luego sobre una tabla.

¡Joder! -Exclamó cuando se había ido el hombre alto y moreno de mirada oscura, llamó a su patrón, un sevillano chaparro, calvo y viejo que chupaba un enorme puro.

-¡Don Roque que he visto al diablo!, que me ha dado un canguelo, me ha dado la jindama má grande que uté haya sentido jamá, e un señó impresionante. El sevillano salió de la trastienda alarmado y contestó a los gritos y reclamos de su empleada. -Mira Ginesa que lo que tu quieres es cerrar el establecimiento e irte detrás de alguna aventura, que se que aún no escarmientas con todos tus fracasos con los hombres, anda, coge un poco de algo que te haga bien pál susto y regresa a tus deberes, ¡ale! La mujer no le hizo caso y sí le ordenó con voz firme a su patrón. -

Don Roque, que necesito que uté que e hombre y que no he tocáo mujé alguna desde que ha mueto la suya, me ponga en un saquito estas monedas, solo las monedas, ande. Pero Ginesa, cuál saquito, mira, ¿es que te quieres coger esas monedas, qué son del negocio?

- Don Roque le juro por la virgen del Rocío y por mis hijo muetos, que yo le repongo el dinero, pero hágame caso. Roque Vidal era supersticioso como lo son muchos sevillanos y ya sin hacer muchas preguntas, solo se concretó a hacer lo que la empleada le decía, puso las monedas en un hatillo hecho con un pañuelito que la mujer le dio, ella cogió un frasco de agua de rosas de un estante y sin decir nada, pero regalando al viejo una muy gitana sonrisa se salió de la farmacia cimbrando las caderas, no volvió hasta el otro día.

Tres cadáveres más amanecieron ese fin de semana en Sevilla, los tres iban atados por una cuerda muy extraña hecha como de pelo o cerdas de animal trenzadas, los cadáveres estaban atados de las muñecas con esta extraña trenza, eran: una vieja, una niña de unos trece años y un viejo muy viejo de pelo muy blanco y bigote muy negro, los tres tenían el mismo tatuaje en la mano derecha, dos ángeles viéndose de frente.

Nadie reconoció jamás a la niña vampiro porque nadie jamás vivió para contarlo, salvo don Lucas que no fue muerto de inmediato y que su curiosidad matara, sin embargo la gitana Ginesa sí supo quien era al menos uno de ellos y cortando cabellos de ella misma y de las mujeres de su raza hizo una trenza que engarzó de abalorios hechos de las monedas que Roque Vidal pusiera en su pañuelillo y sin prisa pero sin pausa como la lluvia calabobos de Andalucía, se despachó a los vampiros de adalí* con mucha arcarabí**.

FIN.

Voces gitanas:

*adalí = Madrid

**arcarabí = astucia.

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