Tiene muchos años que fui niño, pero los recuerdos de aquella etapa de mi vida son tan bellos que son imposibles de olvidar, mi mente se encontraba entonces muy dúctil y maleable en formación dijera yo, ¡ah!, y también estaba aquel ambiente que hacía del momento diario un mundo mágico de imaginación, luz y colores, sabores y en fin que aquel era como un espacio propio que vivía día a día con extraordinaria pasión y sobre todo alegría.
La imaginación de esta época de mi vida era desbordante, además de verse alimentada todos los días por las lecturas de aventuras que mi madre nos hacía a la hora de la comida, ella tomaba un libro de Salgari y con esa su dulce voz entre plato y plato nos leía varias páginas de las aventuras de Sandokan, también le tocó su turno a Verne, y años, algunos años después cuando nosotros aprendimos a leer mi madre ya no nos leía a la hora de la comida, ni en la sobre mesa, ya cada quien lo hacía por su lado a cualquier hora del día que hubiera tiempo, pero eso sí, nada de leer a la hora de la comida, estaba prohibido leer y comer al mismo tiempo, mi madre nos decía que eso era malo para la digestión y que te dejaba loco, así que se leía antes, y después pero nunca durante la comida.
Hago este señalamiento porque cuando mi madre no estaba en casa a esa hora yo sí leía en la mesa, será por eso que dicen que me volví medio loco ya de grande, quizá. Otra fuente que nutría nuestra imaginación de niños fueron los programas de la radio, y sus historias, así como sus cómicos y hasta las radionovelas de aquellas épocas que no eran como las de ahora.
Un espacio muy especial lo tenía también el cine, al que acudíamos con cierta frecuencia principalmente a los matinés de los domingos, es conveniente señalar que cuando yo era niño, pues no había aún televisión en mi tierra Santiago de Querétaro. Las cintas que nos pasaban en el cine eran principalmente de aventuras de vaqueros, o de policías y ladrones, ah y estaban las del Santo, o las de chiste como las películas de Tin-Tan, o del Gordo y El Flaco, el problema de estas cintas, las del Gordo y el Flaco era que estaban habladas en inglés y tenían subtítulos y duraban poco según la gente que no leía muy rápido los letreros de los diálogos y terminaban por no ir, así que las quitaban de cartelera, lástima porque eran buenísimas, nosotros, mis hermanos y yo leíamos rápido por la costumbre de leer que había en casa, pero mis paisanos no leían tan rápido como nosotros y van para afuera de la cartelera estas cintas habladas en inglés.
En la segunda mitad de los años cincuentas las películas del espacio con naves espaciales y astronautas eran ya cosa común e incluso algunas eran a colores, ¡fantástico!, aquello de ver una película a colores era algo bellísimo, hoy es cosa normal antes no, todo el cine que veíamos en las matinés era en blanco y negro, Tin-Tan, Resortes, Cantinflas, Pedro Infante en fin, todo era en blanco y negro, eso sí preciosa fotografía, pero no a colores. Un domingo que no salimos al campo como era más usual en las familias provincianas de Santiago de Querétaro mis hermanos y yo acompañados por nuestros primos, los amigos del colegio y vecinos nos fuimos a la matinée del cine Alameda a ver una película a colores de aventuras en el espacio sideral, fantástico que fuera a colores y del espacio, la parvada de chiquillos nos fuimos en pleno a verla, la película fue alucinante, he incendió la imaginación de todos de manera inmediata apenas llegar y sentarse en la butaca, y apenas salir de la función de cine las mentes infantiles impactadas por las escenas, los atuendos, las naves del espacio, las armas de rayos y las escafandras, o cascos de los trajes de los personajes pues se dieron a imaginar y recrear en vivo aquellas escenas.
Nos atacó a todos una fiebre, un delirio imaginativo e instantáneo, el Jardín Guerrero de mi hermosa ciudad aquel medio día de domingo fue escenario de nuestra primer representación de un juego ambientado en el espacio exterior, la hermosa fuente de canteras rosadas con sus surtidores de agua fue transformada de inmediato en un enorme platillo volador, y hasta el señor de las nieves de los Tres Claveles se convirtió de pronto en una cápsula de escape de los fugitivos que huían de los malos atrincherados detrás de cada laurel de la india, o seto de arbustos y quienes ahí nos ocultábamos lanzábamos rayos de a mentiritas a diestra y siniestra sin importar que por ahí hubiera familias con niños pequeños, el jardín Guerrero se transformó como por encanto en el espacio exterior y los chicharroneros y vendedores de jícamas en naves de una guerra escenificada dentro de nuestras cabezas infantiles, guerra de a mentiritas entre niños excitados por su naciente imaginación y sed de vivir aventuras.
La cosa no paró ahí y llegada la hora de la comida cada quien se fue a su casa, pero entes de separarnos se concertaron planes para seguir la batalla por la tarde, ¿pero en dónde?, el jardín estaría a reventar por la tarde y más por la noche, ya no era un lugar para este tipo de batallas, entonces se propusieron varias alternativas y ganó la de hacerla en mi casa, amplia y espaciosa casa colonial ubicada ahí cerca del jardín de mi ciudad en la calle de Andrés Balvanera No. 27 y no con uno, sino con dos patios hermosos y llenos de sol todo ese espacio para nosotros. ¡Juega, ahí nos vemos!, exclamaron las voces infantiles a coro. ¿A qué hora? Despuecito de las 4. Sugerí yo. ¡Juega! Dijimos todos nuevamente en señal de acuerdo y sudorosos así como excitados de tanto correr y matarnos de a mentiritas con rayos salidos de los dedos de nuestras manos nos fuimos corriendo en distintas direcciones ya nos juntaríamos a las 4 para seguirnos “matando”.
Mis hermanos y yo llegamos a la casa y relatamos a la hora de la comida a mamá, papá, tíos, tías y abuelos aquella película hermosa de naves del espacio, y como era necesario y protocolario pedimos permiso para jugar por la tarde a las aventuras espaciales en la casa con nuestros invitados. Claro que se nos autorizó, sin embargo la única que hizo algunas salvedades fue mi abuelita, quién nos advirtió: ¡Mucho cuidado con mis macetas, no me vayan a romper alguna, no me pisen las flores de los prados por favor!, etc., etc. De todos modos en una guerra siempre había bajas, y eso era inevitable.
Después de la comida y mientras todos dormían la siesta en casa, yo acompañado por mi perro deambulábamos por la casa silenciosa y adormecida por la tibieza del sol del atardecer y una rica comida. Mi imaginación de niño buscaba afanoso en el cuarto de los triques elementos para confeccionarme un disfraz de guerrero del espacio, lo más importante era procurarme algo que sirviera como una arma de rayos, y lo encontré un fierro enmohecido antes pestillo o pasador de una puerta vieja, en forma de “L”, parecía una temible arma de rayos desintegradores, quedé no obstante este hallazgo no del todo satisfecho, yo quería más, anhelaba tener un disfraz, pero con tan poco tiempo, ¿y de dónde obtener la ropa, los accesorios, en fin?, las imágenes de la película matinal me perseguían, salí del cuarto de los triques siempre acompañado por el perro me encaminé al segundo patio para probar mi recién adquirida “arma de rayos”, caminé por ahí apuntando a las cosas con mi arma imaginaria, probándola y sintiendo su potencia de fuego y con sonidos salidos de mi boca hacía: ¡Zum!, ¡Saz!, ¡Fuzz..!, y con mi boca fingía el ruido imaginario de la salida de los terribles rayos de aquella arma que sembraría el pánico entre mis amiguitos y hermanos, cuando la vi, sí ahí bajo del boiler de leña había una caja de cartón entre los palos y combustibles para calentar el agua para bañarnos, ¡era perfecta!, sí.
Me acerqué y comprobé que aquella caja de cartón me cabía perfectamente en la cabeza, ¡sería mi escafandra!, sonreí pícaramente para mí mientras sostenía la caja entre mis manos con codicia, pero claro que la caja necesita de unos cuantos arreglos como una abertura para ver, y listo. Corrí a hurgar en los cajones de la máquina de coser de mi abuelita, hallé las tijeras y regresé al lugar donde siempre hacía de mi escondrijo, detrás del enorme árbol de laurel del primer patio, ahí confeccioné con sumo cuidado mi escafandra de cartón y a la caja de cartón le abrí unos hoyos a la altura de mis ojos, me la puse, pero no fue suficiente, entonces corrí con mi caja y las tijeras al recibidor de la casa y ahí ante el enorme espejo donde mi madre y mis tías se checaban su atuendo antes de salir a la calle me puse mi caja sobre la cabeza y decidí hacerle una rendija de forma rectangular a la altura de mis ojos en vez de dos hoyos, quedó muy bien y por ahí si podía ver un poco mejor, regresé a mi escondrijo, guardé mis dos tesoros, el pasados de hierro convertido en arma de rayos, y la caja de cartón ya transformada en una escafandra del espacio, me fui a mi recámara, tomé uno de mis libros de aventuras me trepé en mi cama y nada más hojeándola esperé a que dieran las 4 de la tarde para que empezaran a llegar mis amigos a jugar para darles la sorpresa, ¡sería el único con traje y arma del espacio!
Los invitados a esta “guerrita” de a mentiritas llegaron muy puntuales a la cita, y empezó aquello de ponerse de acuerdo, ¿qué quienes serían los buenos, qué quienes serían los malos, que la pila sería una nave, que aquel prado la base de unos o de otros, que el segundo patio sería el espacio más lejano, que si el laurel sería qué, qué si el perro también jugaba?, en fin; yo esperé hasta el final de los preparativos de ponernos de acuerdo y demás detalles previos a la “guerra” para sacar mis cosas de mi escondrijo, y vaya sorpresa y envidia que causaron aquellas dos cosas y su impacto en todos, mi hermano mayor dijo cuando me vio disfrazado así. “Eso es trampa, nadie más lleva escafandra, ni arma de rayos, que las deje”. – no - respondí enfático y de inmediato me defendí a mí y mis armas y alegué.
-Que cada quien busque lo que se le de la gana para jugar, tu estabas dormido mientras yo buscaba mis cosas para jugar… -¿A ver?
Dijo otro. -¿Dónde hay más cajas como esa?
Pues no había más cajas que la que yo traía, total que la parvada de chiquillos se volcó en el cuarto de los triques y saqueó de fierros las cajas de madera que contenían el arsenal de aquellas armas imaginarias, y finalmente dio comienzo la “guerra del espacio” en aquella hermosa casa colonial convertida en escenario de una batalla sideral.
Pero algo andaba mal con mi atuendo, el casco o escafandra era muy apantallante sí pero me dejaba ver de manera limitada a los lados y para abajo, así varias veces me fui de bruces por no ver por donde pisaba, así que con todo y su efecto como disfraz que me quito la caja de cartón de mi cabeza, no me dejaba ver bien y punto, por lo tanto no gozaba igual del juego y va para afuera.
-¿Me prestas el casco?- De inmediato me dijo uno de mis amigos. -Claro -le dije-. E igual se cayó un montón de veces, o chocaba con todo a sus lados. La “batalla” se desarrollo sin más incidentes que dos macetas rotas y algunos geranios tronchados, la caja de cartón o casco del espacio fue a parar a donde estaba desde que la vi, a las leña y cosas para atizar el baño.
Muchas cosas he imaginado desde que era niño y luego de recrearlas en mi cabeza hasta las he escrito como cuentos, la infancia es la etapa que deja las mejores ideas imaginativas y fantásticas que después de joven y ya grande haces realidad o no, realidad o imaginación, fantasía o ciencia ficción de cartón, niñez delirante que te abre la mente a la imaginación, y porqué no hasta a tu creatividad.
Hoy a los 60 años padezco de glaucoma, una enfermedad que de no detectarse a tiempo como casi siempre pasa, te va cerrando la vista periférica, te afecta el nervio óptico y termina por dejarte ciego.
Este mal me ha traído recuerdos de mis juegos de infancia de aquella ocasión en que me quité la caja de cartón porque no me dejaba ver bien, con la caja de cartón de mi niñez en mi cabeza veía por la apertura en forma de rendija y era molesto y peligroso, hoy es igual y veo como por una rendija en mi único ojo sano, el otro ya lo perdí, sí, resulta cruel de decir, pero resulta que hoy a mis 60 años ya no puedo hacerle como cuando fui niño y me la quite de encima la caja de cartón y esta fue a parar al fuego, hoy desgraciadamente traigo por siempre puesta ésta “caja de cartón” sobre mi cabeza, que me deja ver la vida como por una rendija, y esto ahora ya no es juego, ni aventuras imaginativas, es la realidad.
Afortunadamente aún conservo, eso sí, mi imaginación sana y un deseo más allá de la ciencia ficción por decir a los demás que sí, que me estoy quedando ciego, pero veo con los ojos de la imaginación y de mi alma de niño que aún conservo.
Después de leer esta historia que es real y no de ciencia ficción, separemos una de la otra y queda un hecho real, que el cuidado de la vista es muy importante, hay que acudir al oftalmólogo para que revise adecuadamente tus ojos y su funcionamiento, no solo si ve uno bien las letras del cartel que nos ponen al frente, es importante que se mida la presión intraocular, más aún si uno tiene más de cuarenta años y antecedentes de esta enfermedad en la familia, el glaucoma es la segunda causa de ceguera en el país, y lo cruel es que sí es controlable, solo si se detecta a tiempo. ¡Ah!, y es muy importante que sea un médico calificado oftalmólogo quien te revise mínimo una vez al año, la vista no es cosa de juego.
Esta historia la escribo yo Carlos A. Mendoza Ugalde y se la dedico a la Dra. Magdalena (Magdita) García Huerta mi paisana, queretana de San Juan del Río quien me devolvió la visón parcialmente en uno de mis dos ojos, así como las ganas por seguir escribiendoy cuando ya no se pueda quizá dictando. La Dra. Magdita es parte del cuerpo médico del área de glaucoma del Hospital Dr. Luis Sánchez Bulnes de la Asociación para Evitar la Ceguera en México en el año.
* Un servidor: Carlos Alberto Mendoza Ugalde. Escritor queretano, quien obtuvo el “Premio Nacional de Literatura: Salvador Azuela” 1997 del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, así como el 2° Lugar Nacional del Concurso de Literatura: “Papeles de Familia” que organizó CONACULTA en el año 1992. Periodista y cuentista Queretano y Poblano a la vez ya que radica en San Martín Texmelucan, Puebla desde el año 1978.
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