La luz del día se estaba haciendo más y más tenue, el día llegaba a su fin y la noche cálida del trópico se dejaba sentir, por el aire ya se esparcía el aroma de las flores que solamente se abren durante la noche, que de abrirse de día perderían por el intenso sol tropical la preciada humedad que todas las plantas guardan con celo para su vida. Estas son flores de noche y son tan bellas como las que se abren de día, su aroma es igualmente intenso y agradable para los encargados de ir a visitarlas y esparcir el polen por las demás flores de la selva de noche, una selva diferente y a la vez la misma que da paso a la vida nocturna de la selva tropical, tan intensa como la de día.

Una cueva cercana a la floresta se despertaba a la actividad oscura. En la ladera oriente de un cerro cuajado de verde estaba la casa de miles de murciélagos, que saldrían de un momento a surcar el aterciopelado aire nocturno para visitar a las flores recién abiertas, beber de su néctar, paladear su polen y esparcirlo por la demás para continuar la cadena de la vida; los murciélagos son las “abejas negras” de las flores de la noche; no son pájaros, tampoco son insectos, son mamíferos que vuelan, que hacen su trabajo de polinizar las flores y hacer que la selva se reproduzca, que las plantas se esparzan por ella como lo han venido haciendo por miles de años en sociedad con los murciélagos.

De esta sociedad entre plantas de flores nocturnas y los murciélagos depende que las selvas húmedas no se acaben por la tala, las quemas y la devastación de enormes superficies de bosques tropicales, convirtiéndose en terrenos secos e infértiles, dejando de producir estas áreas oxígeno y retener agua, así como la de regular el clima del planeta. Toda la vida y su continuidad, están sujetas a esta sociedad tan grácil como delicada entre: murciélagos de vuelos silenciosos y flores nocturnas de delicados aromas; Ah, sin olvidar a los murciélagos que comen frutas y que también dejan su aporte a esta continuidad, ya que al comer la fruta se meten al estómago las semillas que luego serán “sembradas” por estos útiles e importantes animalitos por toda la selva húmeda, para que continúen las plantas dando alimento y vida a la comunidad.

Los lugares cálidos y húmedos son la cuna de la vida, la naturaleza hace sus ajustes para que los encargados de la continuidad trabajen en condiciones menos difíciles que las del rayo del sol, la vida nocturna de los trópicos es intensa, sus habitantes se trasnochan bailando de flor en flor, se embriagan de néctares y dejan hijos regados por toda la floresta.

Un buen día un biólogo se detuvo en una de estas selvas, llena de vida animal y vegetal, observó una fruta que él no conocía y se dijo:

- Esta fruta es buena para comer, me llevaré unas muestras e intentaré domesticarla.

- Para esto la domesticación de las especies vegetales, no se hace como los domadores trabajan con las fieras de la selva, con una silla y un látigo metidos dentro de una jaula. – La domesticación es un proceso, es decir, se estudia la planta, su ciclo, sus épocas de florecer, su frutos, en fin, todo aquello que sea necesario para que la podamos cultivar ya sea en la casa o en los campos de cultivo y obtener los beneficios de su hojas, o de sus raíces, o de sus frutos, como era el caso de esta frutita que llamó la atención de nuestro biólogo. Él anotó la fecha de su hallazgo, la etapa de desarrollo del vegetal, y algunos otros aspectos que sólo ellos saben ver, porque son científicos, pero lo más importante, quería llevársela para cultivarla de manera artificial. Mucho tiempo recorrió las selvas viendo las plantas y recolectando frutillas, poniéndolas a secar y separando las semillas que ponía a secar, para luego bajo condiciones controladas en su laboratorio hacerlas germinar y tener así plantas para él.

Las semillas no germinaban, se pudrían; eran estériles, es decir no podían dar vida y reproducir más plantas iguales a ellas. Entonces el biólogo intentó otras formas de reproducción, sacó “coditos”, y “piecitos” de las plantas de la selva, en fin intentó cuanto se le ocurrió para hacer posible la reproducción de aquella extraña planta de frutilla tan sabrosa, que solamente se daba en la selva de manera silvestre. Todos sus esfuerzos y trabajos fueron inútiles y tras de años de trabajo científico, se rindió y no le fue posible llegar a reproducir de manera artificial aquella rica fruta. Se dedicó a otras plantas y a otros estudios de la selva, se olvidó de aquel fracaso y siguió trabajando y aprendiendo de la selva, intentando saber cada ves más de ella y sus secretos, la selva es como una mujer bella, siempre habrá que debelar de ella algún secreto.

Años pasaron después de la historia de las frutillas, la selva lacandona devastada por la tala ya no se regeneraba igual de rápido, él biólogo fue a investigar las causas de aquel problema. Llegó y se puso a trabajar intensamente, se topó con un panorama diferente al que él había conocido años atrás, es más ya no veía tantas plantas de frutilla, como en aquellas épocas que él intentara llevársela de la selva para cultivarla, no obstante ser la época del año en las que se les hallaba en abundancia, también los murciélagos se habían ido del lugar, hoy día eran cazados y perseguidos por el hombre. Investigó y supo que las cuevas de los cerros circunvecinos habían sido quemadas para sacar a los murciélagos de sus hogares naturales, se les estaba exterminando; pensó, el equilibrio natural ha sido roto en la parte más delicada de la cadena, la planta y su socio polinizador.

El biólogo se dio a la tarea de buscar murciélagos y plantas, la sociedad de hábitos nocturnos que repoblaba la selva. Por fin los encontró, pero también se encontró con sus perseguidores, talamontes y exterminadores de murciélagos, ellos estaban matando a la selva, encontró murciélagos muertos, se llevó los cuerpos a su laboratorio y los analizó, había sido muertos por disparos de escopeta; les analizó el estómago y constató que habían comido de aquellas frutas que él desde hacía años intentaba domesticar, recordó sus viejos tiempos y añoró la selva húmeda de aquellos días, plena de vida.

Extrajo del estómago de los animalitos las semillas y luego de verlas bajo la lupa y constatar que eran de aquella rica fruta las puso en un papel y las tiró a la basura de paso echó al mismo bote de basura la tierra de una maceta que se le había roto ese mismo día, la servilleta con las tripas del murciélago disectado y las semillas cayeron mero encima de ella.

El biólogo pensó:

- Hay que detener la matanza de murciélagos, están acabando con todo quienes los ven como anímales malignos a los que hay que destruir, están equivocados. Qué difícil es luchar contra la ignorancia y la codicia.

En estas cavilaciones pasó muestro biólogo un buen tiempo ese día, después durante varios días recorrió oficias gubernamentales y organizaciones ecologistas, hablando a quienes quisieran oírlo, tiempo en que se olvidó de sacar la basura del bote de su laboratorio, finalmente se acordó de los murciélagos que había dejado sobre la mesa de disección; un fuerte olor a basura podrida le golpeó la nariz al entrar al laboratorio, metió los restos de los murciélagos en una bolsa de plástico.

Salió a su patio trasero, sosteniendo en una mano la bolsa de plástico y en la otra el bote de basura, cuando estaba a punto de dejar caer la bolsa dentro del bote, se percató de que unas plantitas apenas visibles germinaban de entre los desechos, las semillas habían finalmente germinado y eran de aquella frutilla que nunca quisieron nacer en cautiverio, se asomó dentro del bote y sacó con cuidado las pequeñas plántulas; sí, habían nacido de las semillas que él había encontrado en el estómago e intestinos de uno de los murciélagos muertos a perdigonazos. Se preguntó a sí mismo:

- ¿Qué había hecho que las semillas ahora sí germinaran?, ¿las tripas del murciélago, la tierra de la maceta rota, el calor, la basura...?

Cuidó sus plantas con esmero, las observó con rigor científico y llegó a la siguiente conclusión, misma que ya sospechaba de algunas otras especies que al igual que estas dependían unas de otras para su continuidad y supervivencia.

Nuestro biólogo había descubierto el eslabón de la cadena de la que dependían ambas especies y que finalmente era la base y sostén de todo un ecosistema, eran las bacterias de la panza e intestinos del murciélago las que inoculaban a las semillas para que estas pudieran germinar, si las semillas no pasaban por el tracto digestivo del animal no germinaban jamás. Como hijas de ambos, flores madres y murciélagos padres las semillas germinaban de ambos. El amor de la naturaleza toma formas diferentes, todas ellas bellas.

¿A poco no te dan ganas de ser biólogo?

*Este relato está dedicado a mi hija Mariana Mendoza cariñosamente llamada por nosotros “Nanan”, quien en el año 2006 se graduó como Bióloga, a ella a quien quiero tanto como extraño.