Esta historia ocurrió en la ciudad de Puebla de los ángeles, y la niña de esta historia no era como todas las demás de esta tierra, ella era diferente, ¡ah!, olvidaba decir, que esta historia tampoco ocurrió en la época actual, estamos hablando de una época anterior a ésta, por lo tanto esta historia se ubica en el pasado, es un cuento que habla de cómo la creatividad de una niña diferente, por venir de tierras lejanas dio a éste Estado una de sus más bellas y conocidas imágenes en todo el mundo. Empecemos pues este relato, que como muchas cosas de esta tierra de Puebla, lleva color, sabor y mucho, pero mucho amor.

La ciudad colonial se bañaba de luz todas las mañanas, como si realizara su aseo diario bajo el efecto mágico del manto azul de un cielo de aire limpio cuajado de olores a leche recién ordeñada, a pan caliente y nixtamal, el río de San Francisco corría claro y lleno de vida bajo los puentes que comunicaban a la ciudad española y criolla con los barrios indígenas y mestizos de la rivera opuesta amarradas a la pendiente que vertía su gente y mano de obra a la planicie urbana de la ciudad de casonas señoriales, del lado áspero del río San Francisco se apiñaban casitas de una sola planta formando calles torcidas y estrechas que desde temprana hora bullían de aquí para allá, el templo de la Luz y Analco contrastaban con las enormes y opulentas iglesias de los patrones peninsulares de la ciudad trazada por los ángeles cuyas torres y cúpulas se erguían majestuosas adornadas ricamente con los colores brillantes del azulejo de Talavera combinado con el ladrillo de barro indígena; la voz de la ciudad era un cantar y habla en castellano y náhuatl entrelazados en el diario trabajo de aquellas de dos razas y una tercera naciente, la mestiza, que bajo la música de las campanas se hermanaban reían, sudaban y pensaban dentro de aquel relicario hecho de cantera y argamasa, piedra bola, rezos e inciensos, dulces de ricos y multicolores sabores y aromas a chiles tostados y molidos por manos femeninas de hábitos oscuros y volantes almidonados de blancura nívea de mujeres dedicadas a su religión y a la noble creatividad de los sabores culinarios de exquisita delicadeza, tan delicado equilibrio existe en la cocina de los conventos que su gusto y goce están no lejos de llevar a sus comensales a la comisión del pecado de la gula.

Si, es la Puebla de los Ángeles, que naciera de las entrañas nobles del autóctono caserío denominado por los viejos padres de esta tierra como Cuetlaxcoápan a las orillas del río que en náhuatl llevara el nombre de Almoloya, se dice que la palabra Cuetlaxcoápan significa lugar de las curtidurías de pieles de víbora actividad que ahí se siguió practicando luego de que viera la luz ahí mismo la ciudad fundada y trazada por manos europeas el mismo año que nuestra preciosa madrecita de Guadalupe, allá en México se apareciera reverencialmente a un humilde macehual de nombre Juan Diego.

Es esta la Puebla de Los Ángeles, la ciudad colonial más importante del interior de la Nueva España, sus primeros habitantes se destacaban en los obrajes de hilados y tejidos, montados en tal número que pronto pudo este centro surtir al comercio de la pujante Colonia y aun exportar al extranjero, como lo declara Villa Sánchez, ya que sus primeros vecinos eran originarios principalmente de Toledo, donde la ropa se manufactura diestramente, y Betancourt habla del desarrollo de estas industrias poblanas, como muy buenas y de gran calidad, que producen los colonos venidos de Viruega, cerca de Toledo, España, quienes pusieron obradores, que luego se dieron en decir obrajes, para la fabricación de rajas y paños finos, frisas, sayales y demás tejidos de lana, y como se puso mucho empeño en esta obra, y calidad así como amor en este arte, venían de diferentes lugares de estas tierras, y hasta de las provincias, o del lejano Perú.

Nada paraba a la ciudad de Los Ángeles en su empeño creativo y de trabajo, llamada por el pueblo llano La Puebla, no todo era producido aquí, de la lejana China y traída por los galeones desde Filipinas llegaba a este centro creador la seda, aquí en La Puebla y en la Nueva Antequera, hoy Oaxaca se fabricaban con estas sedas terciopelos, damascos, mantos, tocas, tafetanes y demás objetos de lujo, al grado que dentro del territorio de lo que ahora es el Estado de Puebla prosperaron los Morales, que llegaron a producir muy buena y abundante seda; pero no solo los hilados y tejidos eran objeto de la laboriosidad de esta gente que vivía inmersa en la filigrana de su ciudad, los artesanos y artífices trabajaban de manera exquisita el hierro y la madera, sus alarifes eran verdaderos artistas de la cantera, el ladrillo y el alfeñique arquitectónico, curtidores, talabarteros y plateros, pintores que vaciaban su arte sobre telas hechas de seda, bordados, ya fueran hechos por las religiosas o por las bordadoras del gremio, tomando de modelo los dibujos europeos y de oriente, además de los motivos religiosos, los llamados de “romano” así como toledanos que mezclaban diseños góticos, pero no escapaban los temas indígenas a este arte que se completó con el deshilado nativo, vivo impacto tenía en todas las mujeres los mantones de Manila, hechos de finas sedas ya fueran lisas o torcidas, los cuadros hechos con hilos pegados a los que en vez de coser las piezas aplicadas al bordado van prendidos con alfileres, alternando esto con los bordados reales como los del “ochavo” de la catedral de la ciudad, rica muestra de veinticuatro de ellos piezas únicas de este arte especial por ser propio de la mujer y su forma de trabajar ver y hacer el arte con creatividad; y que decir de los alfareros que trajeron el arte moro de la mayólica los azulejos de Talavera de la Reina, a desarrollar la Talavera de La Puebla, que nos lleva necesariamente a dar ligeros pormenores sobre este producto tan de la Puebla y de los poblanos nacidos en la angélica ciudad, que vio este arte desde fines del siglo XVI, hacíase tal cantidad de buena loza en La Puebla, que dejose de importar de España, tal auge tomo este arte que para al siglo XVII, que no solo sustituye a la Talavera de España, sino que la declaran propios y extraños igual o superior a la de allá, y hasta hacerla rivalizar con la de China, esto se debe a que dentro de la traza urbana de lo que ahora es la ciudad de Puebla se tienen los materiales para hacer este arte policromático, de Totimehuacan y San Baltasar es traído el barro blanco, así como el apreciado rojo que eran delicadamente combinados; otros artistas se aplicaron también con el carey, marfil y el Tecali.

Artes menores no lo eran el del vidrio que se comparó en belleza al de Italia, la fabricación de cuchillos similares en calidad a los Toledanos y a la producción de jabón, tan necesario para una sociedad en extremo cuidadosa de su autoestima, amante de la belleza y el equilibrio perfecto de su existencia y la exquisitez de la vida diaria, que como reza el refrán “De la Puebla, el jabón y la loza y no otra cosa”. Escueto y muy parcial el refrán, ya que mucho se habló de las soberbias sillas vaqueras de montar hechas por los talabarteros de La Puebla, arquitectura monumental deja ver el porte gótico desde la lejanía con las torres de San Francisco a la vera del río, más adentro de la traza está la belleza renacentista de la Casa del Deán; iglesias y templos de estilos herreriano y el barroco sobrio, que contrasta con la filigrana de las yeserías de los interiores de estos templos llenos de fervor católico, monumento a este arte nacido del alma cristiana está en Santo Domingo y su egregia capilla dedicada a la virgen del Rosario, culminación genial de la yesería y del buen gusto de toda una época, encajes hechos de hierro, láminas de oro revisten los retablos, flores del día aroman sus altares y ceras arden es sus interiores dejando ver tenues y titilantes las llamitas de la fe de los miles de feligreses, y qué decir de la cerrajería no fue la excepción dada la demanda de portones monumentales, como los de estos templos, y los de las casonas de la hermosa ciudad, que más que resguardo de riquezas, eran lujo y orgullo de las casas señoriales y de sus habitantes.

En una de estas hermosas casas resguardada por su hermoso portón de madera labrada vivía una niña delicada y menudita de carita ovalada y rasgos finos, que mira por una ventana de balcón florido las luces de la mañana poblana y sueña con su pasado cercano y su tierra lejana, muy distante de este cotidiano mexicano que la abraza desde hace poco tiempo. Esta niña exquisita pareciera estar hecha del marfil más fino y puro por el tono de su tez, no menos delicada que las sedas de brillantes colores que la visten, hay exquisitos labrados, que como encajes adornan las maderas de sus muebles, ella ajena a los sonidos de los bronces de los campanarios cercanos, ella más hecha a los sonidos diferentes de los viejos gongs orientales.

Ella se nutre de esta arquitectura abombada como piezas de pan al horno de la luz de este sol de Nueva España de cúpulas forradas de colores, de balcones de hierro en filigranas llenos de macetones floridos de geranios y grandes zaguanes de madera color café labrados como puertas de templos que es cada hogar de esta rica ciudad de exquisito gusto en ella manifiesto por sus habitantes. La niña ve con extrañeza y curiosidad las naguas amplias y plisadas de las mujeres de estas tierras y compara las de ella entalladas a su cuerpo, mujeres indígenas de robustas caderas y aquella qué grácil se ve por ser aún muy joven, ve la feminidad de estas tierras con curiosidad y observa con atención el huipil de las vendedoras del mercado y las del trabajo doméstico que cubren artística y amorosamente los senos maternos morenos llenos de vida para los críos regordetes que sostienen a sus espaldas con ayuda de sus rebozos veteados de mil colores, son a su vez trabajadoras, esposas, madres y obras de arte ambulantes.

La niña día a día se nutre de esta plástica llena de vida que se despliega a su vez como parte de una obra de teatro con un magnífico escenario arquitectónico, las calles, casas, plazas y mercados de La Puebla Colonial. Es su alma la de una niña y su manera de pensar la de una artista sensible y creativa, no pasa mucho tiempo sin que éste ambiente extraño y abigarrado en un principio para ella se convierta en materia prima para nutrir su imaginación y creatividad, ideas traídas de los más lejanos confines de este mundo se enriquecen y dan cuerpo a las ideas dentro de un mundo que se hace cada día más chico, pero además más nuestro y rico.

De la contemplación cotidiana pasó a los hechos, puso manos a la obra, diseña, imagina, crea, se sabe diferente, y ella quiere a su vez hacer un tributo a este arte nuevo de mezclar perfectamente los ingredientes propios y ajenos, y sacando de entre sus cosas traídas de la China lienzos de la más fina seda, con sus suaves y delicadas menecitas corta, cose y arma una preciosa falda que recama de piedras y lentejuelas imitando y mejorando las naguas de las indígenas que tanto le llamaran la atención, naguas ahora de lujo por los materiales como la chaquira y la pedrería que le injerta no sin para ello dedicar mucho esfuerzo y tiempo, borda y diseña figuras mexicanas, teje sus trenzas al estilo mexicano con listones de colores, cubre su busto con una blusa blanca exquisitamente bordada y combina de maravilla los colores que a visto se usan más dentro de la gente de estas tierras, el blanco, el verde y el rojo.

Sin temores a la crítica, porque así son los grandes creadores que saben que su arte lo dice todo, la niña se viste con este atuendo diseño de ella, se ha integrado a este nuevo mundo de manera maravillosa, no ha copiado, se ha inspirado en los atuendos nativos, en los colores de las mujeres morenas, en su gracia y formas de la atmósfera maravillosa de la Puebla de nuestros abuelos y como una nueva joya engastada en el relicario de América nace este atuendo bello y elegante, ha surgido de entre sus manos e imaginación un traje único que da vida a un sueño que hoy es símbolo de éste Estado y todo lo que encierra Puebla expresado en seda, colores y belleza femenina, ella y su ambiente femenino recién adquirido son un prolífico crisol de las ideas y creencias, de textiles y sangres diversas, ha nacido para Puebla y el mundo el traje más emblemático no solo de Puebla sino de la nación mexicana, que llevara esta niña de China con singular donaire con orgullo de ya no ser más de aquellas tierras tan lejanas, ahora ella era y es La China Poblana.

De Puebla México salió el atuendo más mexicano que se haya visto jamás, salió para encantar a toda Nueva España, de ahí a la nación que fuera después independiente de aquel reino que por trescientos años dominara esta tierra, sobrevivió por méritos propios como atuendo muy nuestro el paso de los años. Puebla es inmortal por muchas causas, y cosas, pero lo es más por los que la aman a diario y se inspiran en ella al través de los años para hacer cosas bellas e imperecederas.

Con admiración y modestia a la Ciudad de Puebla, México


Me gustaría conocer la ciudad primero antes de que me lleves a visitar a la familia o a tus amigos. Dijo la pequeña Lola a su abuela estando aún deshaciendo las maletas luego de un viaje de más de 10 horas que las llevara de América a Europa.

Habían salido de la ciudad de México a eso de las 12 de la noche y ahora en Madrid eran las 6 de la tarde del mes de julio, de un día cualquiera del verano madrileño. No, estamos aquí en Madrid para trabajar, no para pasear. Fue la respuesta enérgica de la abuela que colgaba vestidos en un armario.

La niña que había cumplido 13 años apenas el mes de mayo de ese mismo año se quejó con un mohín y aventó sobre la cama algunas prendas de ropa que llevaba en su regazo. Lolita, tu no me entiendes, pero solo estaremos en Madrid por una semana, luego nos iremos tal vez a Córdoba y luego a Sevilla que ya verás te va a gustar mucho, de ahí ya veremos, no hay más plan que ese. Pues de perdida quiero conocer la puerta de Alcalá, caminar por la Castellana e ir a la Plaza Mayor, y a la Puerta del Sol y... Ya basta. Mira que tu tía Leonor nos ha prestado su casa solo parque ella y su familia andan de veraneo por Barcelona, que sino, ni para un hotel decente me hubiera alcanzado el dinero que hemos traído.

Tu tienes dinero abuela, yo lo sé. Dijo la niña en tono festivo y burlón poniendo carita de pícara. La vieja solo la miró por encima de sus gafas también viejas como ella y ordenó. Anda báñate y luego a cenar, que mañana iremos de visita con el señor Fuenleal.

Al día siguiente se fueron a buena hora al barrio de Atocha, se encumbraron por una empinada calle del mismo nombre y dieron un vuelco en una de sus esquinas, ahí cerca de la vendimia callejera de la calle en rampa se paró la vieja y checó el número de un edificio antiguo arrugando los párpados y entornando la vista detrás de sus gafas de carey. Aquí es. Dijo secamente y subieron por la escalera que dejaba ver la penumbra de un pórtico que olía a rancio de tan viejo.

El edificio ocre de baranda de hierro y pasamanos de madera, peldaños del mismo material que crujían a cada paso de la vieja y la niña. Tengo sueño abuela, aún no me adapto a este horario. Cállate, siempre te estás quejando de todo, menos para lo que es diversión. Subieron dos tramos de escalera y llegaron frente de la puerta marcada con el número 3, la vieja tocó con su mano huesuda y salpicada de pecas. Abuela, porqué no usas el timbre, mira aquí está. Y la niña pulsó con firmeza el botón de latón amarillo adosado al marco de madera de la puerta. ¡Ya, ya, que no hemos venido a cobrar la renta, niña!

Un instante después del sonido del timbre se escucho ruido de pasos sobre un piso de duela que crujía bajo el peso de alguien, luego el ruido metálico de los cerrojos al descorrerse, ante el umbral de la puerta se recortó la figura de un hombre de unos 60 años alto y moreno de pelo muy blanco y cejas negras y pobladas, del interior llegó un fuerte olor a tabaco de pipa quemado.

Los ojos negros del que abría la puerta se clavaron alternativamente en las dos mujeres, y exclamó. Vaya, que si es Lola Ugarte en persona. Exclamó con una profunda voz de tenor el hombre del cabello blanco. Acto seguido tomó de la mano a la vieja, pero no con el saludo tradicional, le tomó la mano izquierda con su mano derecha pero por encima y así la dejó mientras le sostenía la mirada, luego se volvió hacia la niña y preguntó. ¿Y, esta niña es... Lola, tu nieta? Sí, te la he traído para que la conozcas en persona.

Bienvenida. Dijo el hombre y también sujetó a la niña por encima de la mano con su mano izquierda, que sujetó la mano derecha de la niña, así mantuvo sujetas suavemente a las dos mujeres por unos instantes mirándolas alternativamente con sus profundos ojos negros, la vieja alargó su mano lateralmente y sujetó a su nieta cerrando así el triángulo entre los tres. Solo un instante y la niña ya no supo más de sí hasta que se despertó en su cama, bueno, una de las camas de la casa de su tía Elvira, habían pasado seis días desde su primer día en Madrid y de su encuentro con el señor Fuenleal, todos esos días los había pasado inconsciente. No se sentía mal, solo con hambre y sed. ¡Abuela! Gritó la niña. La vieja llegó casi de inmediato a la recámara de la niña. Qué bueno que ya te despertaste, haz estado dormida mucho tiempo. ¿Abuela, seguimos en Madrid?, claro que sí, estamos en Madrid, ¿porqué lo preguntas? No sé, es que...¿y qué hago en pijama? Nada malo, ni grave, tu sabes no estás acostumbrada a los viajes largos, el cansancio, el cambio de horario, ¿te acuerdas..? y sufriste un desmayo, afortunadamente el buen señor Fuenleal nos trajo a la casa y además nos ha traído un médico muy bueno, que te ha visto estos días que estuviste dormida, es un problema hallar un médico en Madrid en el verano, todos están fuera, hasta las farmacias están cerradas. ¿Qué me pasó? Insistió la niña con cara de intriga y ciertamente confundida. Nada grave, solo la fatiga del viaje. Tengo hambre dijo la niña y notó que su mano izquierda llevaba un vendaje. ¿Qué es esto abuela? Nada serio hija, solo que hubo necesidad de ponerte suero por lo de tu desmayo y tuviste un derrame, ya ves que no se te encuentran las venas con facilidad. Me duele un poco, ¿está muy feo? No, hija, es solo un morete, ya se te pasará, que bueno que tienes hambre, eso es bueno, ahora te traigo de comer algo.

La vieja salió del cuarto y la niña se examinó el vendaje de su mano palpándolo con los dedos de la mano sana. Luego de comer con muy especial apetito la niña se quedó dormida de nuevo, le habían llevado hígado de res cocinado muy tierno, la niña no le hizo el asco y se lo comió rápidamente, luego de comer la abuela deslizó una inesperada invitación antes de que ella cerrara totalmente los ojos. Que tal y ya que te sientas mejor, damos una vuelta por Madrid, ya que pronto nos vamos a Córdoba...he. Si, abuela. Dijo casi en sueños la niña.

Pero la niña no conoció Madrid de día sino de noche ya que era vista siempre por la estación de ferrocarril de Atocha a eso de las 10 de la noche solicitando se le llevara a su casa porque se hallaba perdida y ella no era española, los buenos samaritanos que se condolían de ella como buenos madrileños nunca llegaban a la casa de la pequeña, según ella explicaba por el rumbo del Santiago Bernabeu, por la embajada de México, por la avenida Perón. Los buenos samaritanos eran encontrados por las inmediaciones del campus de la universidad sin pizca de sangre en las venas, con la cara triste y siempre cerca del lugar se percibía un olor como a rosas.

La pequeña se volvió una leyenda callejera, ahora se le veía por la Plaza Mayor siempre de noche, sola y solicitando ayuda. Ahí la encontró el cura párroco de Mágina don Lucas. Mágina es una pequeña ciudad de Andalucía, metida en la sierra más allá del paso de Despeñaperros, él al verla perdida y desvalida sintió un no sé qué, la tomó de la mano con suavidad accediendo a su petición de llevarla a su casa porque ella había dicho era de México y no conocía Madrid, el párroco de Mágina tampoco conocía muy bien Madrid pero era servicial, además de ser muy alto, flaco y de prominente nariz.

Al sujetar la manecita de la niña notó que la tenía muy fría, también notó un vendaje, el cura se arrodilló para revisarla y ver si tenía una herida, estaban ya en el portal de la Plaza Mayor que da para el poniente, revisó la mano retirando el vendaje y pudo ver que en el dorso había un como tatuaje de color encarnado con la figura de dos ángeles que se veían de frente en posición hincada, uno con las alas plegadas y el otro de alas muy abiertas, el tatuaje parecía fresco y reciente, era casi una herida. ¿Quién te ha hecho esto, pequeña? La niña lo miró con ojos extraños de grandes ojeras y de mirada profunda y solo movió los hombros hacia arriba en señal de negativa al tiempo que inclinaba su cabecita hacia la izquierda.

El cura don Lucas se levantó y como buen cura de pueblo se imaginó que ahí había un secreto, hombre de fe no se atemorizó, recordó que por las inmediaciones había una iglesia y antes que acceder a los ruegos de la niña de llevarla a su casa que era por el rumbo de la universidad, él la llevó a la iglesia. No mucho después de las 10 de la noche hallaron al cura párroco de Mágina a las puertas de la iglesia inconsciente con una herida en el cuello aún fresca, un desgarrón que le hizo perder mucha sangre, en el ambiente había un olor a rosas, el cura se vio grave pero no murió. Luego de su recuperación y del encuentro desafortunado con la niña don Lucas se dio a la tarea de buscarla y no quiso regresar a Mágina de inmediato como la sensatez lo hubiera indicado. Se metió en la búsqueda de la criatura como un loco, se dio a averiguar detalles sobre casos similares y se topó con la leyenda urbana de las apariciones de la niña vampiro mexicana, o niña de la Plaza Mayor que se aparecía ya no solo por ahí, sino por todo Madrid y dejaba secas a las gentes botadas por el rumbo de la universidad, para allá se dirigió don Lucas.

Y se enteró de que en una casa de las inmediaciones de la planta nuclear Juan Vigón había una casa con una estatua en el jardín con dos ángeles hincados y viéndose uno al otro de frente como si fuesen uno solo. Buscó don Lucas por ahí montado en una petardeante motoneta, su desgarbada figura quijotesca se volvió cosa normal por aquellos rumbos, luego largó la motoneta e hizo el camino a pié, finalmente halló el jardín de la estatua aquella y la casa a la que pertenecía.

El cura de Mágina era valiente, era hombre de fe, toco la campanilla de la casa aquella. Acudió a abrir la puerta un hombre viejo de unos sesenta o más años, alto y moreno de pelo blanco y cejas negras y pobladas. El larguirucho párroco don Lucas vestido todo de negro aflautó la voz y se hizo oír jardín y reja de por medio hasta la puerta de la casa donde se recortaba la silueta del hombre moreno.

¡Escuche!, oiga, que me ha llamado mucho la atención su monumento, es decir, la estatua de su jardín, ¡hombre!, usted disculpe. El hombre de la puerta contestó con una profunda voz de tenor -¡No está en venta, adiós! - y cerró. Don Lucas ya no supo que decir, paseó la vista por las ventanas y las paredes de aquella casa cubierta de hiedras, de ventanas cerradas aún en verano. Se dio desde ese día a la vigilancia pertinaz de la casa. Don Lucas mientras estaba en Madrid vivía en la vicaría donde le asistían en comida y vivienda, llevaba un diario del que hemos sacado parte de esta historia, para colmo él, el cura de Mágina amaneció muerto un día por el rumbo de la universidad, en el ambiente flotaba un olor a rosas.

Los curas de la iglesia del sagrado Corazón pusieron el grito en el cielo, a partir de ese día la vigilancia por la Plaza Mayor y las inmediaciones del campus de la universidad se duplicó para tratar de dar con la pequeña vampiresa que había ya hecho tanto daño que hasta un ciervo del señor se había llevado entre sus dientes.

La búsqueda no dio resultados, la Niña de Atocha, de la Plaza Mayor, del Museo del Prado, de la Puerta del Sol, del los puentes del Río Manzanares, en fin, no aparecía ya ni dio luces de su presencia y Madrid durmió después de muchos días con cierta tranquilidad, el verano ya casi llegaba a su fin y las autoridades querían exentar el asunto antes de la llegada de los veraneantes de nuevo a la desangrada y forzadamente desierta ciudad capital.

La hermosa catedral de Sevilla con su torre y su giralda lucían aquella noche cálida como nunca, Héctor Valtierra y su novia Cristina se bajaban de una de las calesas tiradas por caballos que dan un tour por la ciudad, Cristina lo llevó de la mano hacia un rincón cercano al jardín de los naranjos, le gustaba sentirlo cerca de ella, le acarició el mentón rasposo de barba con la mano y se dispuso a darle un beso en la boca..., ¡Me he perdido! Se escuchó llorosa la vocecita de una pequeña que estaba sentada en una banca del mismo parque. Cristina se sobresaltó y se acercó a la pequeña soltado la mano de Héctor. Al día siguiente había dos cadáveres en la morgue, no tenían ni pizca de sangre en las venas, fueron encontrados sobre uno de los puentes que llevan a donde estuvo hace años la Expo Sevilla, cuando los 500 años, en medio de un dulce aroma a rosas.

Sevilla amanecía de luto, tanto Héctor como Cristina eran muy conocidos en la ciudad, de familias prósperas y pudientes, se inició la investigación, la policía se dio a la búsqueda del, o de los responsables de aquellos dos crímenes, las noticias de Madrid y la Niña vampiro cobraron fuerza dentro de las hipótesis de los sabuesos Sevillanos, pero no dieron con nada en claro, los cadáveres se acumularon y cuando llegaron a trece, cesaron, como poema de García Lorca “…voces de muerte cesaron cerca del Guadalquivir”.

Un hombre de elevada estatura, moreno de pelo blanco y contrastante bigote y cejas negras debajo de ellas dos poderosos ojos de mirada oscura llegó a una farmacia del popular barrio de la Macarena, solicitó una loción y varias vendas, pequeñas dijo a la empleada. La dependiente era una gitana de unos 40 años, mujer aún bella y de rasgos finos, se le quedó viendo y mirando, observando como solo los gitanos de ojos claros lo hacen por esas tierras, la gitana no depositó el dinero que le diera el hombre en la caja registradora y puso las monedas sobre los billetes sin tocarlas y luego sobre una tabla.

¡Joder! -Exclamó cuando se había ido el hombre alto y moreno de mirada oscura, llamó a su patrón, un sevillano chaparro, calvo y viejo que chupaba un enorme puro.

-¡Don Roque que he visto al diablo!, que me ha dado un canguelo, me ha dado la jindama má grande que uté haya sentido jamá, e un señó impresionante. El sevillano salió de la trastienda alarmado y contestó a los gritos y reclamos de su empleada. -Mira Ginesa que lo que tu quieres es cerrar el establecimiento e irte detrás de alguna aventura, que se que aún no escarmientas con todos tus fracasos con los hombres, anda, coge un poco de algo que te haga bien pál susto y regresa a tus deberes, ¡ale! La mujer no le hizo caso y sí le ordenó con voz firme a su patrón. -

Don Roque, que necesito que uté que e hombre y que no he tocáo mujé alguna desde que ha mueto la suya, me ponga en un saquito estas monedas, solo las monedas, ande. Pero Ginesa, cuál saquito, mira, ¿es que te quieres coger esas monedas, qué son del negocio?

- Don Roque le juro por la virgen del Rocío y por mis hijo muetos, que yo le repongo el dinero, pero hágame caso. Roque Vidal era supersticioso como lo son muchos sevillanos y ya sin hacer muchas preguntas, solo se concretó a hacer lo que la empleada le decía, puso las monedas en un hatillo hecho con un pañuelito que la mujer le dio, ella cogió un frasco de agua de rosas de un estante y sin decir nada, pero regalando al viejo una muy gitana sonrisa se salió de la farmacia cimbrando las caderas, no volvió hasta el otro día.

Tres cadáveres más amanecieron ese fin de semana en Sevilla, los tres iban atados por una cuerda muy extraña hecha como de pelo o cerdas de animal trenzadas, los cadáveres estaban atados de las muñecas con esta extraña trenza, eran: una vieja, una niña de unos trece años y un viejo muy viejo de pelo muy blanco y bigote muy negro, los tres tenían el mismo tatuaje en la mano derecha, dos ángeles viéndose de frente.

Nadie reconoció jamás a la niña vampiro porque nadie jamás vivió para contarlo, salvo don Lucas que no fue muerto de inmediato y que su curiosidad matara, sin embargo la gitana Ginesa sí supo quien era al menos uno de ellos y cortando cabellos de ella misma y de las mujeres de su raza hizo una trenza que engarzó de abalorios hechos de las monedas que Roque Vidal pusiera en su pañuelillo y sin prisa pero sin pausa como la lluvia calabobos de Andalucía, se despachó a los vampiros de adalí* con mucha arcarabí**.

FIN.

Voces gitanas:

*adalí = Madrid

**arcarabí = astucia.