Una vez fui invitado a cenar a la casa de un amigo recién casado, su departamento estaba ubicado en el cuarto piso de un edificio, llegué a buena hora yo solo, o bueno ni tanto llevé una botella de vino rojo ya que según Max, como así se llamaba mi cuate de aquella cena que relataré prepararía una carne al horno bañada en brandy que según él sabía de rechupete, así que, qué mejor que vino rojo.
Su esposa me recibió muy contenta ella era más joven que Max; Max que no era diminutivo de Maximino, o algo así él se llamaba así Max, y sé apellidaba Montero era un economista connotado que trabajaba para una firma consultora, Max había estado casado alguna vez años atrás pero con malos resultados, no tuvo hijos y se separó de su primera esposa, y después de muchos años de soltería se había vuelto a casar y era él y su joven esposa una pareja feliz.
Max era dueño de dos departamentos en la ciudad de México hacía ya tiempo, uno pequeño en el que ahora vivían y uno grande y hermoso que rentaba, ambos departamentos estaban en la colonia Narvarte de la ciudad de México, Max me había explicado que estaba esperando a que se cumpliera el contrato del departamento grande para mudarse para allá, para luego rentar el pequeño donde vivían ahora, Max era de tez blanca de unos 48 años de pelo ligeramente claro, no rubio, de estatura regular y cara amable; ella por cierto se llamaba Rosita era morena clara, bajita y de pelo negro muy bella y desde luego que estaba muy enamorada de su marido no obstante las diferencias de edad, ella decía cuando alguien llamaba la atención por esta diferencia, o hacia algún comentario: “El amor no tiene edad, nace a diario”.
Max era una persona de carácter alegre y Rosita igual, reían de todo y de nada, en cuanto llegué a su casa y Rosita me hizo pasar él salió de la cocina muy sonriente dejó de lado una bandeja metálica que contenía un gran trozo de carne olorosa a brandy para saludarme con un caluroso y fuerte abrazo, él llevaba puesto un delantal color verde con tirantes de olanes blancos, yo me reí de su atuendo a lo que él me dijo. “Lo hice a propósito canijo Charly sabía que te ibas a pitorríar de mi delantal.”
Dejamos de reírnos después de que se quitó el dichoso delantal verde, yo no podía dejar de reírme de solo verlo, así que para poder charlar y degustar una copa de vino rojo se lo quitó para de inmediato ir por el destapa corchos y luego de descorchar la botella los tres sentados en la sala nos dispusimos a tomar vino y charlar comiendo galletitas con angulas, jamón del diablo y demás botanas que Rosita complaciente nos proporcionaba, pero llegó la hora de que Max volviera a la preparación de la famosísima carne horneada al brandy, así que mi amigo se levantó de su sillón y sin más dijo: “Pues el “pinche” de esta casa se va a hacerla de Cheff, no tardo, ya se marinó bastante la carne en brandy y nada más falta que le ponga las yerbas de olor, la meto al horno, que ya está bien caliente y en 15 minutos, o 20 a comer esta delicia.”
Max se enjaretó de nuevo su delantal de la hilaridad instantánea pero ahora solo me arrancó sonrisas el ataque de risa de hacía rato había quedado atrás, además después de más de media botella de vino rojo los tres andábamos ya “medio alegres”, Max salió de la cocina con unos frasquitos de especias a terminar de preparar la carne, lo hacía sobre la mesa de su casa y así podía seguir la charla ya que escuchó como Rosita y yo nos reíamos alegremente mientras él estaba dentro de la cocina, al salir muy sonriente nos dijo. “A ver cuéntenme el chiste, no sean canijos”, y yo empecé a recontar el chiste que nos había hecho reír a Rosita y a mí, le dije; “verás era una loro que llegó a una casa y…” en eso Rosita se levantó y acercándose a Max le dijo al oído algo, yo seguí contando mi chiste Max no me quitaba la mirada de encima mientras regaba generoso condimentos a su guiso y los untaba con las manos, Rosita llegó con un cuchillo eléctrico nuevecito que sacó de su caja, Max seguía mi relato con la vista atenta a mis gestos y ademanes con la cara sonriente, se escuchó el zumbido del cuchillo eléctrico que llevaba en la mano Rosita que lo probaba, lo apagó y sé lo dio a su esposo que tenía las manos empapadas de brandy, aceite y no sé que tantos más ingredientes que mezclaba en aquella palangana metálica donde estaba un trozo enorme de carne, con un ademán de su mano y sin hablar Rosita le indicó a Max que partiera o trozara la carne en rebanadas con el cuchillo aquel, pero Max seguía más atento a mi relato que a las indicaciones de su esposa, Max encendió el cuchillo que zumbó y bajando la mirada a la carne empezó los cortes, pero de inmediato escuché un grito que me hizo interrumpir mi relato chistoso, Max se había cortado con el cuchillo eléctrico. “¡Ay!, sé me resbaló esta cosa, y ya me corté bien feo.” Dijo él, la sangre de su mano izquierda goteaba sobre la bandeja de la carne, Rosita que ya venía a sentarse a mi lado se espantó y de un salto volvió junto a su marido para auxiliarlo, yo salí igualmente catapultado a ver qué pasaba, Max daba de brincos y pegaba de gritos finalmente dejó que le viéramos la herida que se había hecho en la mano, en dos de sus dedos tenía dos heridas profundas se veían claramente, de inmediato Rosita se llevó a Max al cuarto de baño para limpiar la herida e intentar curarlo, yo me quedé muy apenado y no sabía que hacer, vi la botella de brandy sobre la mesa y p’al susto me chuté un trago ya Max le había vaciado más de la mitad a la bandeja de la carne que ahora estaba roja por su sangre, vi esto y me empujé un segundo trago “a pico de botella”, escuchando como Max gritaba de dolor, la voz de Rosita se escuchaba diciendo: “Aguántate Max no seas miedoso, ¿o quieres que te lleve al hospital para que te vean y te curen?” Max contestó. “No, no, pero no me pongas más alcohol que arde mucho, no la friegues que no soy de fierro”. Ella le decía. “Es que tienes mucha grasa y cosas de tu guiso ahí metidas te estoy limpiando la herida, aguántate.” Max insistía. “Pues échale agua no me friegues con el alcohol.”
Total que después de un ratito salió primero Rosita, que se metió a la recámara y luego Max muy compungido con la mano vendada en alto, pero él siempre ha sido un hombre con un muy buen sentido del humor y lo primero que me dijo sonriente fue. “¿A ver ahora sí termina de contarme el chiste ese?” Yo le respondí. “Está bien, pero ¿de verdad te sientes bien?” Sí. Me contestó Max, pero al ver la bandeja de la carne y demás revoltura sobre la mesa se volvió y me dijo. “Namás pérame tantito que voy a limpiar esto y le seguimos, ¿a ver ahora qué cenamos?, pérame Charly ahorita vuelvo.” Max tomó el cacharro aquel con la carne nadando en brandy y su sangre y se metió al baño de nuevo, cerró la puerta y yo me fui a sentar a la salita, como era un departamento chiquito todo estaba cerca, me serví más vino y me chuté dos o tres galletitas de angulas, una de boquerones y otra de pulpos, cuando escuché un sonido raro que venía del baño y luego un grito de Max, seguido de un golpe seco, corrí a la puerta del baño pero ya Rosita me había ganado la delantera, ella abrió la puerta y se escuchó otro golpe y nuevo grito de Max. “¡Ay!” Ella volteó a mirarme con cara de espanto, me dijo. “Creo que se desmayó”. Yo le respondí de inmediato. “No, cómo crees, está gritando, no está desmayado”. Ella me dijo. “Pero está tirado en el suelo y al abrir la puerta creo que le pegué en la cabeza”. Yo de ágil mental sugerí. “Pues dile que se haga para un lado para entrar y vemos qué le pasó.” Rosita me hizo caso y le dio instrucciones a su marido. “Max hazte para un lado para poder entrar.” Se escuchó la voz de él diciendo. “Sí, nada más que pueda apoyarme, es que con una sola mano no puedo, pero que no entre Charly, nada más tu, es que me pegaste en la cabeza con la puerta y me descalabraste.”
Rosita angustiada le responde. “Sí mi amor sí, pero arrímate para un lado para poder entrar, rueda o algo así, ¿y porqué te caíste?” Max entre risas y dolor contenidos dijo. “Ahorita te explico, pero entra tu solita –y añadió- no van a creer lo que me pasó, pero Charly vete a la sala por favor.” Yo intrigado le dije que sí y me fui de ahí con rapidez la verdad no me explicaba qué había pasado, aún más porque Max se reía y se quejaba ahí dentro al mismo tiempo, en fin que ya en la salita pues me serví más vino, pero alargaba el pescuezo para ver a qué hora salían del baño y que me explicaran lo que había pasado.
Esta historia jamás la había escrito, solo la había platicado ahora lo hago para que también sea tuya y te rías de lo que le pasó a Max.